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Oskar Belategui

Gran Cinema

Álex de la Iglesia: “No paro, porque cuando te detienes piensas”

 

Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) entró en la cincuentena siendo padre por tercera vez. Su felicidad vital contrasta con el pesimismo y la negrura que desprende “El bar”, la cinta con la que inaugura este viernes el Festival de Málaga, una semana antes de su estreno en los cines. Su escenario, una tasca madrileña de las de porras en la barra y tele a todo volumen, en la que sus parroquianos se ven obligados a permanecer encerrados: a los dos que han salido por la puerta les ha volado la cabeza un francotirador.
– ¿Los bares son iguales en todas partes?
– Cambia el “look”, los de Bilbao son más acogedores. En Madrid sobreviven muchos con ese punto de pescadería, con las luces de neón y unos pintxos que no tienen nada que ver con los nuestros. Pero si hay algo que nos une en este país son los bares. Allí te puedes encontrar con gente que no conoces de nada. Curiosamente, te sientas muy cerca físicamente de una persona sin tener la necesidad de hablar con ella. Puede ser un asesino o el amor de tu vida.
– ¿Qué encuentra en un bar?
– Cercanía, una sensación de “stop” en la lucha diaria. Te metes a un bar y parece que no te pueden atacar, de ahí el punto de partida de la película.
– ¿No hay demasiados bares en España? ¿No nos iría mejor si hubiera más librerías y menos tascas?
– No nos vendría nada mal que hubiera más librerías, por supuesto. Pero los bares son un síntoma de cómo somos. Nos gusta estar tranquilos un rato y socializar. Eso está muy bien en esta época en la que nos conducen hacia un solipsismo total, en el que la gente solo se comunica a través del móvil y el ordenador. Da miedo.
– El cine de catástrofes siempre nos ha enseñado que una situación límite saca lo mejor del ser humano. Usted demuestra lo contrario.
– Totalmente. Bajo “El bar” se oculta una película de catástrofes. El miedo es un detonante para que surja tu verdadero yo, que suele ser bastante decepcionante. “El bar” cuenta la historia de un grupo de gente desesperada que se ve obligada a mostrar sus propias miserias.
– Le ha salido una película muy pesimista.
– Bueno, también hay una oportunidad de sobrevivir, una salvación. Pero es una película bastante naturalista, no quiero ocultar esa sensación de angustia que tenemos todos. “El bar” está muy unida al tiempo que vivimos, al miedo e incertidumbre que sentimos. A la paranoia, porque no nos creemos al Gobierno, ni a la Policía, ni a la gente que tenemos alrededor. Cuando en la película los personajes descienden al purgatorio del sótano, antes de llegar al infierno de las cloacas, empiezan a dudar de ellos mismos.
– Habla entonces de la España actual.
– No hay una intención de pontificar sobre cómo son las cosas, pero sí de describir la angustia y el desamparo que sufrimos. Por eso el bar de Terele Pávez se llama “El Amparo”.
– Los personajes son arquetipos: el loco, la pija, el hipster…
– Eso viene de las películas de catástrofes. ¿Te acuerdas de “El coloso en llamas”? Es la película que más me gustó de pequeño. La vi en el Astoria de Bilbao, que ya no existe, y en el cartel había unas fotitos que ponía: el héroe, el cobarde, la chica… Eso me volvía loco.
– Está en la fase de posproducción de su siguiente película, “Perfectos desconocidos”. Además, ha producido “Pieles” y “Errementari”. Es como si tuviese la necesidad de respirar cine.
– Es exactamente lo que me pasa. Me encuentro muy bien mentalmente, con muchas ganas e ilusión. Y como tengo la oportunidad, la aprovecho. No me basta con mis propias películas. De “Errementari” oí hablar por primera vez en un estreno. El técnico de maquillaje me enseñó unas fotos de unos demonios. ¿Pero dónde habéis hecho esta maravilla? Es una película que estamos rodando en Vitoria. Y dije que quería estar ahí. La hemos presentado en Berlín y conseguido distribución internacional.
– Es como si tuviera miedo a quedarse quieto.
– Sí. Porque cuando te detienes, piensas. Y tienes una triste visión global. Creo en el movimiento como origen de la vida.

 


– Usted fue uno de los introductores de Twitter en España. ¿Qué piensa del boicot a “La reina de España” y “El guardián invisible” promovido desde esa red social?
– Es muy triste. Por otro lado, es el precio a pagar por tener una comunicación global. Es lo mismo que sucedió con el correo electrónico. Estábamos encantados hasta que se nos llenó de mensajes no deseados. En Twitter no puedes filtrar, estás expuesto todo el tiempo a los pensamientos de una inmensa masa que antes no tenía manera de comunicarse. Y eso es terrible, porque te llegan opiniones de gente a la que no quieres escuchar. Pero si te cierras, te pierdes a otra gente que dice cosas interesantes. Habría que dar clases de cómo utilizar Twitter. Yo tengo muchos amigos que solo conozco virtualmente, porque me enganché a lo que decían. Hay que tener cuidado con cómo se habla, te asomas a un balcón con millones de personas escuchándote. Y ellos te pueden responder.
– ¿Pero Twitter lleva gente a las salas?
– Esa no es la intención, sirve para estar en contacto. Yo ahora tengo una manera diferente de ver las cosas gracias a Twitter. La gente piensa y actúa de otra manera a partir de lo que lee allí. Das a conocer tu trabajo y las cosas que te gustan. Yo tuiteo mucho sobre libros y cómics. El secreto de Twitter y de la buena educación en la vida es hablar de lo que te gusta y no buscar la disensión.
– Le veo muy fan de Netflix y nada nostálgico de los cines.
– Como cineasta, me vuelve loco el cine. Una película hasta que no se ve en pantalla grande no es película. Pero como productor y consumidor de material audiovisual, obsesionarse con las salas es un grave error. Hoy el público está en otro sitio. Una película tampoco es película si nadie la ve. Aferrarse exclusivamente a la distribución y exhibición en salas es estar en contra del futuro. Ahora comprobamos lo que yo había vaticinado hace cinco años. Habría sido maravilloso que en vez de estar pensando en Netflix, HBO y Amazon, hubiésemos creado nuestras propias plataformas en España. No supimos aprovechar la oportunidad, no tuvimos la habilidad ni la paciencia necesarias.
– ¿Cómo le sienta cambiar pañales después de tantos años?
– Fantásticamente bien. No solo existen los bares, también los pañales, ja, ja. El mundo se detiene cuando me estoy ocupando de la niña. El momento del baño es maravilloso. Con cincuenta tacos, un bebé en lugar de ser un problema es una ventaja. Tienes la paciencia necesaria que yo antes no tenía.
– ¿Tiene más miedos ahora que cuando fue padre por primera vez?
– Todo lo contrario, lo llevo con mucha más tranquilidad. Con Rebeca y Claudia corríamos a urgencias todos los días. Ahora, el poso de la madurez te lleva a decir, bueno, a ver cómo está la niña mañana.

 

Entrevista publicada en EL CORREO el 14 de marzo de 2017

 

 

Por Oskar Belategui

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