La escritora y cineasta se recupera del “parón enorme” que supuso su polémico paso por el Ministerio de Cultura
Ángeles González-Sinde sabe que jamás podrá tener una cuenta con su nombre en Twitter o Facebook. “No me atrevería. Desgraciadamente, internet es un medio hostil para mí, lo tengo asumido y lo acepto”. Ministra de Cultura entre abril de 2009 y noviembre de 2011, su apellido bautiza una ley (en realidad, un apéndice normativo de la Ley de Economía Sostenible) que pretendía acabar con las descargas en internet y las webs de enlaces. Su lucha contra la piratería la convirtió en la villana oficial de la Red. El acoso llegó a tal extremo que tuvo que cambiar los números de teléfono de su casa y el móvil ante las amenazas que recibía.
Han pasado cuatro años de su marcha del Gobierno Zapatero, pero todavía no se ha recuperado. “Estar en política es una experiencia que te transforma, no vuelves a ser la misma persona”, reflexiona. “Para bien, porque te enriquece vital e intelectualmente. La política es muy noble y apasionante, pero para mí fue muy duro, he tardado bastante en recuperarme. Sobre todo en lo que se refiere a tu identidad, a cómo te percibe la gente”. González-Sinde, que recibió en Bilbao el Premio de la muestra Zinemakumeak, se siente orgullosa de que una ley que nació para proteger los derechos de autor y la propiedad intelectual lleve su apellido. “Al menos me da la sensación de que hubo una realidad en la que participé y que tuvo unas consecuencias. La gestión pública a veces es intangible, piensas: “Me mataba a trabajar todo el día, ¿y qué hacía?”. En la política local los resultados son más concretos”. La polémica “ley Sinde”, reivindica, fue un empeño solitario. “Nadie más la apoyaba, salvo el sector afectado. Y en el Gobierno solo la defendía el presidente Zapatero, que no tenía el apoyo ni de su propio partido ni de los demás ministros. Sí, está bien puesto el nombre si significa que fue un acto solitario”.
A la directora y guionista le sorprendió descubrir la agresividad en la Red. “Cuánto odio y cuántos intereses se mueven, enmascarados bajo banderas supuestamente inocentes”. Los defensores de la “cultura libre” (gratis) la acusaron de actuar al dictado de “lobbies” estadounidenses. Hasta figuró en el escándalo de los cables de Wikileaks. “De internet sacan beneficio unas multinacionales muy poderosas que nadie cuestiona. A esos grandes internautas libertarios les parece fantástico que Apple les cobre 700 euros por un teléfono. ¿Por qué eso puede costar dinero y los contenidos no? Incluso muchos artistas se lo creen. El otro día leía el blog de una ilustradora que me gusta mucho y que está en contra de la propiedad intelectual. Me quedo perpleja. ¿Por qué Microsoft y Google son mejores que las diabólicas discrográficas? Ellas, por lo menos, permitían que los Beatles grabaran discos y con sus beneficios muchos grupos tuvieron futuro”.
La “ley Sinde” no ha resultado efectiva y los cierres de páginas piratas han sido simbólicos. A tres días de la llegada a España de Netflix –el portal de series y películas on-line más poderoso–, el discurso antipiratería sigue sin calar. “Es como cuando abres el grifo y sale agua; hasta el día que no salga sin una moneda seguirá así”, compara la exministra, a la que hace gracia la socorrida excusa tecnológica de que no se pueden poner puertas al campo. “El campo está lleno de puertas, y las aguas internacionales tienen límites que llevan a la cárcel a los pesqueros que las traspasan. Por desgracia para los ciudadanos, internet ofrece una facilidad enorme de control. Sabe todo de nosotros”. ¿Por qué entonces no hay voluntad política de acabar con las descargas ilegales? “No se hace porque es impopular en nuestro país, aunque no poder acceder gratis a la discografía de los Stones no es algo que amenace tu vida. Cuando aquí quieran hacer negocio con los contenidos la piratería será más difícil”.
Ángeles González-Sinde (Madrid, 1965) llegó al Ministerio de Cultura después de ir aceptando cargos gremiales empujada por sus colaboradores. Hija del productor José María González-Sinde, fantaseó con la idea de ser actriz, se licenció en Filología Clásica y realizó labores de prensa en editoriales y compañías de discos antes de encontrar su vocación. Mario Onaindía y José Luis Borau fueron sus maestros en el primer máster de guion que se impartió en nuestro país. Completó su formación en Estados Unidos y se forjó en series de televisión como “Truhanes”, “Turno de oficio” y “Cuéntame”. Escritora de libros para niños, el Goya por el guion de “La buena estrella” en 1997 la animó a ponerse tras la cámara, obteniendo otra estatuilla en 2003 como directora novel de “La suerte dormida”. Suyo era el guion de la cinta española más taquillera el año que la nombraron ministra, “Mentiras y gordas”, objeto de chanza para sus críticos en internet. Estuvo al frente de la Asociación Literaria de Medios Audiovisuales defendiendo los derechos de los guionistas hasta que Enrique Urbizu la convenció para que se presentara a la presidencia de la Academia del Cine, desde donde saltó a Cultura. Su carrera, se lamenta, ha sufrido un parón de cinco años.
“Han sido casi tres años de dedicación a la política y dos más de incompatibilidad. Un parón enorme a una edad que en el cine no es un valor sino un hándicap, salvo excepciones como Emilio Martínez Lázaro, que todavía es visto como un director comercial”. La reincorporación a su oficio no está siendo fácil. “Me he encontrado una industria que han hundido en esta legislatura que termina. Se nota en el desánimo de los productores, en su falta de energía y fe para iniciar proyectos. Las películas se ruedan en menos semanas, los técnicos cobran sueldos bajos y todo es más precario”.
Ya fuera de su cargo, la directora de “Una palabra tuya” volvió a estar en el ojo del huracán hace un par de años, cuando quedó finalista del Planeta. “Me machacaron a críticas, fue muy amargo. Después de pasar dos años en el dique seco escribiendo una novela, la publicas y te reciben con sospechas y acusaciones. Me entró el pánico. Pensé qué iba a hacer si no podía dedicarme a escribir. No tengo otro oficio”. Haber estado en política, concluye, es un demérito, “un estigma que no ayuda en tu carrera”.
– ¿Volverá entonces a la política?
– Jamás. Admiro mucho a los que se dedican a ello, tienen una resistencia de la que yo carezco. Lo bueno de cumplir cincuenta años es que me he dado cuenta de que lo que mejor se me da en la vida es escribir. Me produce serenidad. Si puedo volver a rodar algún día me encantará, y si no vuelvo a hacer películas porque se pasó mi tiempo tampoco pasa nada.
De momento, González-Sinde prepara un guion que dirigirá Daniela Fejerman y rueda vídeos para empresas y piezas audiovisuales. Escribe en prensa, sigue sin hacer demasiado caso a Twitter –”a veces cree mos que es el BOE”– y ayer se sentía orgullosa de recoger un galardón bautizado con el nombre de Simone de Beauvoir. “Es de los mejores premios que me han dado. Muchas veces ves cosas en tu entorno que te indignan en cuanto a la desigualdad de las mujeres, y te sientes muy sola. Piensas si estarás obsesionada con el tema. Que me premie un grupo de mujeres de otra ciudad que no te conoce y tiene las mismas inquietudes te respalda”.
– El cine no es un mundo especialmente machista, pero seguimos sin directoras.
– Sí. No es más machista que el periodismo. Uno pensaría que habría más incorporaciones con las nuevas generaciones, pero sigue siendo un goteo. En las artes se dan fenómenos de inercia. Y el patriarcado es un modelo que se perpetúa sin tener que hacer ningún esfuerzo para ello.
(Entrevista publicada en el diario EL CORREO el 17 de octubre de 2015).