El pequeño de los Trueba captura en ‘Los exiliados románticos’ el espíritu de una generación desencantada y viajera
Llamarse Jonás Groucho ya indica que tu padre es o muy cinéfilo o muy cachondo. Fernando Trueba reúne ambas características, así que no es extraño que su único hijo acabara dedicándose al cine. A diferencia de su padre y de su tío David, Jonás no creció en el populoso barrio de Estrecho, donde la educación sentimental se conformaba en las salas de cine que había en cada esquina en los 60 y 70. Tuvo el privilegio de vivir en el maravilloso caserón de Fernando Trueba y Cristina Huete en Arturo Soria, en cuyo estudio anexo en el jardín el autor de ‘Belle Epoque’ acumula discos, películas y fetiches.
Así, Jonás (Madrid, 1981) desarrolló su vocación entre fotos firmadas por Billy Wilder, tertulias con Rafael Azcona y El Gran Wyoming y los rodajes paternos. «Una de las grandes ventajas de pertenecer a una familia de cineastas es que desacralizas el cine; es el día a día, como comprar el pan», descubre. «Para mí es un oficio hecho por gente normal, maja y generosa como mi familia. No he perdido tiempo desmontando una idea del cine, algo que a otros les cuesta años».
La primera vez que supimos que Fernando Trueba tenía un hijo metido en el mundillo fue al ver su nombre como guionista de ‘Más pena que gloria’ y ‘Vete de mí’, ambas dirigidas por Víctor García León, el hijo de José Luis García Sánchez y la cantante Rosa León. Por ahí también andaban otros hijos de artistas ilustres: el montador Buster Franco –vástago del llorado Ricardo Franco, que tampoco se cortó al bautizarle– y el músico David San José, hijo de Ana Belén y Víctor Manuel. Una generación que, aparentemente, lo tuvo fácil para saltar al largo.
Tras escribir junto a Fernando Trueba el guion de ‘El baile de la Victoria’, Jonás debutó como director en 2010 con ‘Todas las canciones hablan de mí’, una cinta que dejaba clara su educación afrancesada y unos referentes fílmicos que bien podrían ser los de su progenitor: Truffaut, Rohmer, Woody Allen… La crónica sentimental de un Antoine Doinel criado en Argüelles incluia parlamentos a cámara, un sinfín de citas cinéfilas y literarias y el regodeo de quien se baña a gusto en la melancolía.
Tres años después llegaron ‘Los ilusos’, una película sobre el deseo de hacer cine que también era un canto de amor a un Madrid de cafés, librerías de viejo y la Filmoteca del cine Doré. Una cinta hecha con cuatro duros, entre amigos y en ratos libres, rodada en blanco y negro con una vieja cámara de súper 16 mm. que criaba polvo en la casa de su tío Javier. ‘Los ilusos’ bebía del desencanto de su primer largometraje, cuya distribución no fue como esperaba su autor, así que con este decidió moverse en salas alternativas y cinematecas, acompañando las proyecciones para debatir con el público.
La docencia de cine y sus artículos y reflexiones en medios de comunicación ayudaron a madurar su tercer largometraje, que se estrena el próximo 11 de septiembre. ‘Los exiliados románticos’ también está rodado sin esperar a las subvenciones, en apenas doce días y con una cámara de fotos que graba vídeo. El guion se iba reinventando sobre la marcha y los protagonistas son tan amigos en la ficción como en la realidad. Trueba habla de la amistad y de las relaciones amorosas «que han sido o que podrían haber sido». Lo hace embriagado de cinefilia, con el humanismo libertario de Truffaut y la aparente ligereza sentimental de Eric Rohmer.
‘Los exiliados románticos’, Premio Especial del Jurado en el último Festival de Málaga y Biznaga de Plata a la música de Tulsa, es una deliciosa ‘road movie’ que, como el que no quiere la cosa, atrapa el espíritu de una generación. Setenta minutos le bastan a su director para narrar el viaje de tres colegas en una Volkswagen California por las carreteras de Francia, con paradas en Toulouse, París y Annecy, ciudades con una larga tradición de acoger exiliados españoles. Cada uno de los protagonistas tiene una buena razón para unirse a la aventura ese verano: una chica que conoció en el pasado.
«Los personajes aspiran a encontrar esa idea idílica de la amistad entre hombres y mujeres», resume el director, que muestra de fondo el exilio de los jóvenes españoles en busca de trabajo y la realidad multicultural de una generación que, a diferencia de sus padres, habla idiomas y se mueve con libertad por el mundo. De nuevo aparecen la melancolía, cierta nostalgia y las citas cultas: «Ya sé que dicen que está mal visto meterlas pero, en mi caso, forman parte de la vida cotidiana».
Jonás Trueba se ha pasado el verano acompañando las proyecciones al aire libre de ‘Los exiliados románticos’ por toda España antes de que llegue a las salas. Integrante del colectivo Unión de Cineastas, reivindica la libertad de hacer películas sin victimismos y apelando a la unidad del sector. «Estoy donde quiero estar, que no sé muy bien dónde es… Hago las películas que quiero hacer, porque el cine español a veces es muy ‘o estás de este lado o del otro’, ‘o haces películas grandes y comerciales o autorales y marginales’. Yo pienso que el cine tiene que ser lo más amplio y generoso posible».