Juan Diego Botto (Buenos Aires, 1975) llegó a España con tres años huyendo de una dictadura que había hecho desaparecer a su padre. Su madre, la profesora de interpretación Cristina Rota, y sus dos hermanas, también actrices, intervienen en “Hablar”, la película de Joaquín Oristrell que inauguró el Festival de Málaga. Un fresco reivindicativo de la España de la crisis, rodado en un único plano-secuencia de 80 minutos por las calles de Lavapiés.
– Arranca Málaga con una película donde los actores no han cobrado. ¿Sintomático de la situación de la industria?
– Sí y no. Salimos de un año donde hemos batido todos los récords de taquilla. “Hablar” surge con la idea de cómo sería una película si los actores propusieran qué personaje quieren interpretar. A mí se me ocurrió hacer de patrón abusivo y racista, me pareció muy divertido.
– Lavapiés como reflejo de una España multicultural, en crisis, rabiosa, estupefacta.
– La rodamos en Lavapiés porque trabajamos allí. Fue el barrio castizo de Madrid y se ha convertido en el crisol de culturas donde conviven clase media, profesionales liberales y emigrantes a salto de mata. A pesar de llamarse “Hablar”, la película refleja soledad y desasosiego. Hay algo de desamparo, de pérdida, estamos todos desorientados.
– ¿Por qué ha elegido dar vida a este individuo representativo de cierta clase empresarial?
– Siempre me ha llamado la atención cómo las palabras a veces sirven para ocultar en vez de para desvelar. Este personaje está cargado de razones para decir absolutas barbaridades, trata de convencer a una empleada de que no le va a pagar por su propio bien y el de su raza. Es la perversión absoluta del lenguaje, porque las ideas más retrógradas se pueden parapetar detrás de una argumentación casi lógica.
– Hablando de emprendedores, ¿qué ha pensado hoy al abrir el periódico con Rodrigo Rato en portada?
– Me quedo con el comentario de un economista joven: a nuestra generación se nos dijo que el economista de referencia era Rato; a la anterior, Mario Conde. Es el símbolo de la decadencia de un modelo donde los que se suponen que tienen que custodiar las arcas públicas se han dedicado a robarlas. Rodrigo Rato fue el responsable del milagro económico de España. Sonó para presidente y llevó las riendas del Fondo Monetario Internacional. Curiosamente, todos los presidentes del FMI han estado imputados en distintas causas.
– A usted siempre le preguntamos por el exilio. ¿Empieza a sentirse exiliado también en un país que empieza a no reconocer?
– Crecimos pensando que si hacías tu carrera y tu máster ibas a encontrar trabajo, comprarte una casa y tener hijos. Ese relato nos lo han robado, y no ha sido porque la gran mayoría de la ciudadanía haya dejado de hacer sus deberes. Tenemos la juventud mejor formada de nuestra historia. Uno mira a su alrededor y no reconoce el país.
– Nuevos partidos, debates políticos en televisión a todas horas… ¿Tiene esperanza?
– Corremos el peligro de acostumbrarnos a todo, pero creo que esto es insostenible. Tenemos todas las herramientas para construir un país más justo, no nos merecemos estos gobernantes. No podemos batir récords de pobreza infantil. ¿Viste a la muchacha que le tiró confeti a Draghi? Ya está libre sin cargos. En España iría tres años a la cárcel. No sé si somos conscientes del nivel de barbaridad en que nos estamos sumiendo. La aparición de nuevos partidos y el entusiasmo de la gente joven por la política es muy positivo. No podemos delegar nuestro futuro en personas que en cuanto rascas un poquito se han dedicado a robar. Aquellos héroes de la democracia han robado todo lo que han podido.
– ¿Alguna vez le ha reprochado a su madre el tener la culpa de que usted sea actor?
– Todos los días. Cuando creces en camerinos, entre cajas, y escuchas a Chejov en el salón porque tu madre está dando clase puedes odiar el teatro a muerte o sentir el veneno y rendirte. Los tres hermanos nos hemos rendido.
– Asistió en Buenos Aires al juicio a la Escuela Mecánica de la Armada, donde desapareció su padre.
– Testificamos mi madre y yo. Fue intenso. Vi por primera vez el rostro de los acusados. Fue reparador, sentí por primera vez que algo me reconciliaba con Argentina. Ahora estamos pendientes de la sentencia.
– Usted ha vivido ya más que su padre.
– Once años más. El día antes de cumplir 28 tuve un ataque de ansiedad. No supe por qué hasta que hablé con un terapeuta. Tengo una hija de seis años y una vida que él nunca pudo gozar. Me asombro de lo joven que era cuando asumió unas responsabilidades tan gigantescas.
– Dicen que los que han crecido sin padre acostumbran a ser buenos padres.
– No lo sé. Todos los días me pregunto si debería ser más paciente o dedicarle más tiempo a mi niña. Los hijos vienen sin manual. Ser padre es una de las cosas grandes de la vida, y tengo la certeza de que siempre voy a estar ahí.
Entrevista publicada en el Diario EL CORREO el 18 de abril de 2015.