Pedro García Aguado acudía al rescate de un padre desbordado por una hija choni, fruto del fracaso del sistema educativo y de quince ediciones de “Gran Hermano”. La chavala ponía todo su empeño en mostrarse lo más repulsiva posible, tomando como modelos a las concursantes de “Mujeres y hombres y viceversa”, “Gandía Shore” y demás reuniones de Premios Nobel. Las redes sociales animaban al “Hermano mayor” a hacer uso de su envergadura de exwaterpolista y recurrir a la fuerza física. Hasta desvelaban la cuenta de Twitter de la protagonista, que entre “selfies” yéndose de marcha expresaba su desacuerdo con el programa tachándolo de ser puro teatro. Vamos, que ella era choni, pero no tanto.
Los dueños de un restaurante de Bilbao que llamaron a Chicote también montaron en cólera cuando vieron el episodio de “Pesadilla en la cocina”. Les sorprendió que en la telerrealidad existieran guionistas, que las situaciones se crearan y después trocearan en la edición. Que Chicote pasara por el local un par de días y no cocinara los platos del menú final. Que la reforma del restaurante fuera una chapucilla rápida. La chavala aspirante a nueva Pechotes se cruzó varios tuits con García Aguado el pasado septiembre, cuando se grabó el programa, tachando de “montaje” las batallas domésticas y amenazando con ir al juzgado. Al igual que los dueños del antro bilbaíno, no debía haber visto jamás el espacio en el que aceptó ser protagonista.
La humillación y degradación, así como la exposición de la intimidad son las bases de los “reality shows”. La contraprestación es la fama y popularidad. Contamos que ahora somos un desastre, pero tras el paso de Chicote llenaremos todas las noches, debían pensar los restaurantes de “Pesadilla en la cocina”. Escupo a mi padre, pero quizás acabe en algún circo de Mediaset, meditó la princesa de barrio que, como todos los casos de “Hermano mayor”, acababa metida en cintura en los cinco minutos finales. ¿Alguien se cree que a partir de entonces esos pequeños psicópatas serán buenos hijos? Pues sí. Según un estudio de 2011, el 75% de los adolescentes americanos sostenía que “Gran hermano” era un programa real y sin guion.