Para la prensa, la música o el libro, internet es una amenaza; para la televisión es una oportunidad”. La afirmación pertenece a Jorge Nobrega, vicepresidente de la cadena brasileña Globo, y se recoge en “Smart” (Ed. Taurus), un ensayo de Frédéric Martel sobre la influencia de internet en el mundo. El gigante televisivo brasileño no solo produce programas, crea un “content” (contenido) que se desarrolla en los diferentes canales y páginas web del grupo. La tele ya no se ve en comandita, como cuando el “Un, dos, tres…” reunía a las familias los viernes por la noche. La entrevista de Jordi Évole, la última metedura de pata de Mariló Montero o la caída de Ana Morgade se recuperan en vídeo desde la tableta o el “smartphone”. Las redes sociales permiten comentar, votar y jugar. Nos alertan sobre lo que nos hemos perdido ¿se acuerdan de las viejas revistas-guía de televisión? y alimentan el “buzz” (zumbido), aquello de lo que se habla.
Martel pone un ejemplo colosal. En 2013, durante la final de “Arab Idol” retransmitida desde Beirut, los espectadores enviaron más de 68 millones de votos por SMS. El finalista, un palestino de 23 años, Mohamed Assaf, obtuvo cinco millones de votos desde la Franja de Gaza. Las nuevas tecnologías generan una ilusión participativa en los programas, sea un concurso, una tertulia o un “reality”. Logran el espejismo de formar parte del espacio, como si con un tuit se pudiera reprender a Eduardo Inda cuando sonríe con cara de loco o conseguir que Belén Esteban abandone la casa de “Gran Hermano VIP”.
El libro de Martel desvela cómo en Globo tenían sus prejuicios iniciales a la hora de poner en pantalla los “hashtags” de Twitter. No sabían si les hacían publicidad gratis o si, al contrario, la red del pajarito les promocionaba a ellos. Ahora la prioridad es conseguir que los programas y personajes de cualquier cadena sean “trending topic”, como cuando Sandra Barneda se ufana en directo de que el “pequeño Nicolás” es fugaz tema del momento en Twitter. La televisión ya no se entiende sin una segunda pantalla en las manos para lanzar al mundo nuestra banal opinión.