CARLOS BARDEM ACTOR Y ESCRITOR
El “otro” hijo de Pilar Bardem estalla como actor en “Alacrán enamorado”, una historia de boxeo y neonazis basada en su propia novela
– ¿Qué tal está su madre?
– Bien. Le dieron el alta y ya está fuera del hospital. Nos ha pegado un susto pero se recupera bien, es un roble esa mujer. La “mamma” mediterránea.
El clan Bardem anda inquieto estos días. Al ingreso hospitalario de Pilar Bardem por una insuficiencia respiratoria se unió el polémico cierre del restaurante familiar en Chueca, La Bardemcilla, cuyo ERE inicial fue retirado cuando la noticia trascendió. «Me remito al comunicado que sacamos. No tengo nada más que decir, es un tema cerrado», zanja Carlos Bardem. El hermano mayor de Javier tiene otros motivos para estar contento. Este viernes estrena “Alacrán enamorado”, una estupenda película que adapta su propia novela y en la que tiene su mejor papel de actor después de 40 largometrajes.
Y es que este licenciado en Historia y Relaciones Internacionales tardó en encontrar su vocación. Le echaron del colegio por robar motos -«no fui yo, sino un amigo»-, descargó naranjas, lavó platos en Londres, fue portero de discoteca, regentó un chiringuito en Brasil durante cuatro años y renunció a un puesto fijo como azafato en Iberia cuando Álex de la Iglesia le llamó para “Perdita Durango”. También le ha dado tiempo a ser un escritor de fuste con cinco libros publicados, incluidas una mención especial en el Nadal y el Premio Destino.
“Alacrán enamorado” convierte a Carlos Bardem en un entrenador de boxeo alcoholizado que vive de glorias pasadas. En un gimnasio de barrio que huele a linimento y verdad coincide con un joven neonazi (Álex González) adoctrinado por un inquietante Javier Bardem.
– ¿Cuándo se produce su acercamiento al mundo del boxeo?
– Siempre me han gustado los deportes suavecitos. Jugué veintitantos años al rugby y después me pasé al boxeo. He entrenado regularmente unos 18 años. Empecé tarde y quizá eso me libró de debutar. Es una práctica deportiva muy exigente. Y me atrajo el mundo emocional y sensorial que lo rodea. El boxeo es el deporte que ha generado más arte, cine y literatura. Tiene una carga metafórica increíble. Es un trozo de vida acotado en el ring y en un asalto que dura tres minutos. Cuando has guanteado medio en serio en un gimnasio de barrio tardas quince segundos en conocerte a ti mismo, tu capacidad de lucha y sufrimiento. En saber hasta dónde estás dispuesto a llegar para conseguir algo.
– ¿Ha tratado a boxeadores?
– Me honro de conocer a algunos de los mejores de este país. Muchos participan en “Alacrán enamorado”. No queríamos trucos ni especialistas, es una película hecha desde el corazón. El protagonista, Álex González, estuvo año y medio boxeando a tal nivel que los del gimnasio querían hacerle debutar como amateur. Salen campeones como Rubén Varón, Pablo Navascúes y Hovik Keuchkerian, tres veces campeón de los pesados y monologuista. En los combates las manos entraban, al pobre Álex le sentaron de culo varias veces.
– ¿Qué tipo de gente son los boxeadores?
– Las generalizaciones siempre son injustas. Pero un boxeador profesional es un ser de una madera muy especial. “Alacrán enamorado” se sirve del boxeo para hablar de la superación del odio y la violencia. Yo he pasado muchas horas en gimnasios, con chicos que vienen de un entorno muy duro, con un caos interior, y que mejoran al tener que aceptar una disciplina tan exigente. Aprenden a canalizar la violencia y a respetar al otro. No he visto en muchos sitios tantas ideologías y etnias conviviendo.
– ¿Alguna vez ha boxeado fuera del ring?
– No. Eso sería reconocer que me pego por la calle.
– El director del filme, Santiago Zannou, es negro y creció en la periferia de Madrid.
– Santiago aporta su visión personal del racismo, porque lo sufre en sus carnes. En este país se siguen haciendo identificaciones arbitrarias en la calle por el color de la piel. A Santi le miran con recelo en muchos sitios y le para la Policía. La película alerta sobre esos pequeños fascismos cotidianos, sobre el huevo de la serpiente, que está eclosionando otra vez: cuando te atiende una telefonista que no entiendes y piensas por qué no será española, esas conversaciones sobre el “morito” y el “panchito” en la barra del bar…
– ¿Ahora, en tiempos de crisis, es más fácil que eclosione ese huevo de la serpiente?
– Sí. Vivimos momentos de desesperación. Parte de la ciudadanía está desmoralizada y ha perdido la confianza en la política tradicional. Y es fácil que aparezca el monstruo del nazismo, siempre latente. Son ideologías que funcionan con un discurso primario que apela al instinto de la gente desesperada y fomenta la irresponsabilidad: la culpa de que no haya trabajo es del inmigrante. Culpabilizar al otro porque nosotros somos mejores al haber nacido aquí.
– ¿Ve señales de esa aparición de un político que canalice el descontento y dé un susto en las urnas?
– Es evidente. La novela la escribí en 2002, tiempos de bonanza en los que estos discursos calan menos. Ahora se dan todas la condiciones para que surja un líder populista al calor de ese pensamiento terrible de que todos los políticos son iguales. Debemos recuperar la política, porque si no lo hacemos, otros lo harán por nosotros. Una de las cosas buenas de esta estafa que nos venden como crisis es que despertamos del “Matrix”. Empezamos a darnos cuenta de una democracia formal pero vacía de contenido.
– ¿Es usted un antisistema?
– La decencia y la moralidad exigen ser antisistema, no veo nada peyorativo en ese término. Lo terrible es estar a favor de este sistema injusto, que a diario evidencia basarse en el fomento de las desigualdades y la destrucción de derechos que costó mucho conseguir. El bipartidismo fomenta el enriquecimiento de unos pocos a costa del bienestar de la mayoría. Y eso hay que sustituirlo por un sistema que permita el control de los gobernantes y acabe con la impunidad. Tenemos un Gobierno elegido por 11 millones de votos, con un programa político incumplido en su totalidad. Y ni siquiera podemos hacerle preguntas al presidente… Cualquiera con dos dedos de frente debe ser antisistema.
– ¿Cómo se lo pasó su hermano Javier encarnando a un fascista?
– Muy bien, es un personaje muy bien construido, no queríamos hacer un cliché, sino alguien neutro que cuando arranca a hablar puedes estar de acuerdo con él. Entre los actores siempre se dice que quienes mejor interpretan a los fachas son los rojos, quizá porque les tenemos pillados todos los tics. Como actor, Javier ya está por encima del bien y del mal.
– Usted ha actuado en 40 películas, pero este es el papel de su vida.
– Sí. Es el más emocionante y complejo, un personaje que salió de mi cabeza y mi corazón. Una catarsis. Y la sombra de mi hermano no me pesa nada, nos consideramos el mejor amigo el uno del otro, vivimos como propias las alegrías.
– ¿La bilis de las redes sociales hacia los Bardem la palpa en la vida cotidiana?
– No. La mayoría de los que insultan en las redes sociales lo hacen bajo seudónimo. Me llaman cosas en Twitter que no se pueden transcribir en esta entrevista. Según ellos, soy millonario, vivo en Miami y pago a mis seguidores por meterse con el Gobierno. Es imposible devolver el cariño que recibimos, y muy fácil sobrevolar el odio de estos personajes. Jamás he tenido ningún problema por las calles de Madrid.
Neonazis con guantes
Qué bien ha capturado Hollywood la gloria y las miserias del boxeo -de “Fat City” a “Toro salvaje”- y qué poco ha frecuentado el cine español el deporte de las cuatro cuerdas. “Alacrán enamorado” contiene, por primera vez, peleas creíbles y ambientes veraces. No es exactamente una cinta de boxeo, sino una fábula que alerta sobre el peligro neonazi donde Romeo (Álex González) es un skin y Julieta la limpiadora negra del gimnasio de barrio donde trata de escapar del odio (Judith Diakhate). Como mentor a regañadientes aparece un boxeador que rozó la gloria y que ahora vive de los recuerdos entrenando a chavales entre brumas de alcohol. Carlos Bardem logra que hasta olvidemos a su hermano Javier, el ideólogo “civilizado” que adiestra a sus violentas huestes.
Detrás de las poderosas imágenes de “Alacrán enamorado” está Santiago Zannou, que después de ganar el Goya como director novel con “El truco del manco” indagó en sus orígenes familiares en África en el documental “La puerta de no retorno”. Su regreso a la ficción no puede ser más celebrado. Zannou saca chispas de un reparto que exuda testosterona -atención a Hovik Keuchkerian, un actor soberbio que, además, fue campeón de los pesos pesados- y hasta consigue que Miguel Ángel Silvestre se luzca en la piel de un neonazi enfermo de ignorancia y odio. Sería una pena que no triunfara en taquilla.
PERSONAL
– Carlos Bardem nació en Madrid en 1963. Hijo de Pilar Bardem y hermano de Javier y Mónica, ha trabajado como actor en 40 películas y escrito cinco libros, entre ellos “Muertos ejemplares” (Mención Especial en el Nadal) y “Buziana y el peso del alma” (Premio Destino-Guion).
-Estuvo nominado al Goya por “Celda 211”. Le hemos visto entre otras en “Perdita Durango”, “Torrente”, “Alatriste”, “Los fantasmas de Goya” y “Che: Guerrilla”.
(Entrevista publicada en el diario EL CORREO el 8 de abril de 2013)