MIKE NEWELL DIRECTOR
El director de ‘Harry Potter’ y ‘Cuatro bodas y un funeral’ adapta en ‘Grandes esperanzas’ el clásico de Charles Dickens
El año pasado se conmemoró el 200 aniversario del nacimiento de Charles Dickens. No podía faltar una nueva adaptación de “Grandes esperanzas”, desde este miércoles en los cines. Mike Newell filma con respeto hacia el clásico las peripecias de Pip (Jeremy Irvine) y el siniestro Magwitch (Ralph Fiennes) y muestra el Londres de principios del XIX como un lodazal donde la lucha de clases dejaba un reguero de víctimas. A sus 70 años, el autor de “Cuatro bodas y un funeral”, “Harry Potter y el cáliz de fuego” y la maravillosa “Donnie Brasco” demostró en el pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla su energía y buen humor.
– ¿En dónde reside la vigencia de las obras de Dickens?
– Dickens es un autor contemporáneo. Él creía que el mundo en el que vivía era injusto y cruel. Sus historias siempre presentan a un individuo que trata de luchar contra esa opresión. Hay mucho optimismo en sus novelas, no es deprimente como Dostoievski ni tiene miedo a la sociedad de su tiempo. En el fondo, Dickens sabe que lo que sienten las personas es más poderoso que todas las presiones en su contra. Además, era muy bueno en lo que hacía, el mejor. ¿Sabe que siempre escribía de pie? Trabajó durante 58 años hasta que murió exhausto. Nadie brilló como él desde los 20 años. Fue un titán. Estaba tan en contra de las cosas que no dejaba al nadie al margen, todos tenían voz en sus novelas, y por eso los ingleses sabemos que habla para todos nosotros. Dickens en cambio odiaba América porque allí no le pagaban los derechos de autor.
– Charles Dickens se rebeló contra la sociedad de su tiempo, pero no ha pasado a la posteridad como un contestatario.
– Cierto. Le invitaron en tres ocasiones a conocer a la reina y las tres dijo que no. Era muy cristiano, pero más crítico que rebelde. Hay grandes narradores que son también políticos, como George Orwell. Dickens no era nada político, porque lo que le preocupaban eran las diferencias entre las personas. Veía la maquinaria que regía el Imperio británico fuera de control. El niño al que enviaban al reformatorio no tenía ninguna posibilidad de defenderse, no había justicia para él. Eso era lo que le sublevaba a Dickens.
– “Grandes esperanzas” demuestra que el ascenso social no trae necesariamente la felicidad. Si hubiéramos aprendido esa lección quizá no estaríamos en esta crisis.
– Por supuesto. El protagonista pisa a la gente a la que debería cuidar para medrar, con la excusa de que quiere conquistar a la chica. Y enseguida se adapta a la vida de caballero londinense. Cuando paseas en la actualidad por Londres te encuentras con manifestaciones de todo tipo: contra los recortes del Gobierno, los bancos… Cuando llegan a la City, al centro financiero, los ejecutivos se asoman a las ventanas y agitan billetes de cincuenta libras. Yo lo he visto. A los de arriba les importa un bledo qué les ocurre a los de abajo. Mienten y defraudan porque todo vale para llegar a la meta. No hemos avanzado nada desde los tiempos de Dickens. Vivimos una nueva era victoriana. No sé muy bien qué sucede en su país pero me lo puedo imaginar. En el mío vamos a toda pastilla, pero hacia atrás. En aquella sociedad victoriana también se pasaban el tiempo esperando la revolución, viendo hasta qué punto iban a aguantar. Hay tanto descontento que se da la misma mezcla volátil que en los libros de Dickens.
– Londres sigue atrayendo a la gente.
– Sí. ¿Conoce ese cuadro de Goya? “Saturno devorando a sus hijos”. Eso es Londres. Generaciones y generaciones piensan que pueden destruir Londres, y la ciudad les destruye a ellos. Siempre ha sido así. Londres es demasiado grande y cruel.
– ¿Cómo se contempla a sí mismo en la industria del cine: un autor, un artesano?
– Lo que hace a un director es tener promesa y propósito. Nadie puede acertar siempre, hasta Michael Haneke se equivoca alguna vez. Hay cineastas que esperan a que todos los elementos sean los deseados: el guion, los actores… Después estamos los demás, que queremos contar historias desesperadamente. De niño, mi padre me escribía cuentos. Trabajaba en la construcción pero tenía ese hobby. Y estaba loco por el teatro, al igual que mi madre. Estaba claro que yo me iba a dedicar a esto, pero no lo supe hasta los veintitantos años. Me siento incompleto si no tengo una historia que contar.
– Fue el primer director británico en firmar una película de la saga Harry Potter, que se ha convertido en un icono del país.
– Fui feliz en el rodaje pese a la dureza de una superproducción así. Me gustaba mucho el libro, aunque Warner quería sacar dos películas de él porque así doblarían las ganancias. Yo me negué. El actor protagonista, Daniel Radcliffe, me preguntó cómo iba a ser la película. Y lo le contesté que como “Con la muerte en los talones”, donde Cary Grant no tiene ni idea de qué le va a ocurrir en cada momento. Harry tampoco sabe por qué le persigue Voldemort para hacerse con tres gotas de su sangre.
– Mi película suya favorita es “Donnie Brasco”.
– Y la mía. Me encantó trabajar con Al Pacino y sobre todo con los auténticos gángsters que encontré en Queens, se portaron maravillosamente. No había referencias a “El padrino” ni a los mafiosos de Scorsese. Uno de los gángsters me reconoció que en la realidad todos intentaban actuar como Michael Corleone -fríos, racionales-, cuando en realidad eran como su hermano Sonny.
– El cine ha hecho mucho daño a la mafia…
– Sí. Al había sido Michael Corleone, y ahora tenía que ser un don nadie que no sabe nada de los de arriba. Fue alucinante ver cómo construyó su personaje, cómo elegía la ropa. Le dimos a elegir cientos de gafas de sol, y enseguida supo cuáles le daban ese lado grotesco y cómico a personaje.
– Usted ha dirigido episodios de “Las aventuras del joven Indiana Jones”. ¿Qué le parece que Disney haya comprado Lucasfilms?
– Espero que George haya recibido un buen cheque… En serio, creo que le podían haber pagado más de los 3.100 millones de euros que cobró. George es muy buen tipo, le tengo mucho cariño. El único motivo por el que se hizo la serie del joven Indiana Jones fue para que sirviera como campo de pruebas de los gráficos por ordenador. Cuando me llamó para rodarla yo estaba en números rojos. Me ofrecieron 23.000 euros y no pregunté nada. Rodaba y el material quedaba en manos de George, que lo montaba en su casa. Ahora que tiene casi setenta años quizá le apetezca descansar, aunque le vi hace poco y conserva toda su energía.
(Entrevista publicada en EL CORREO el 25 de marzo de 2013).