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Oskar Belategui

Gran Cinema

El hombre que pagaba a Clint Eastwood

La vida de película de Andrés Vicente Gómez, el productor más polémico del cine español

 

 

Fue botones, mánager de Los Brincos y socio de Orson Welles. Los fracasos de ‘Manolete’ y ‘El último jinete’ no amilanan a un superviviente nato.

 

En el verano de 1963, Andrés Vicente Gómez tenía 20 años y recibió el encargo de recoger a una persona en el entonces minúsculo y provinciano aeropuerto de Barajas. Debía conducir a un tal Clint Eastwood a los apartamentos de la Torre de Madrid y entregarle sus primeras dietas en metálico: siete días a 1.500 pesetas, total 10.500 pesetas. El rodaje de “Por un puñado de dólares” no tuvo un final feliz. Ocean, la productora de la que aquel chaval era administrador, quebró. Un grupo de gitanos que hacían de mexicanos le persiguió para cobrar las sesiones y acabaron todos en la comisaría de Tetuán. Un accidente de tráfico en Finlandia, donde tenía una novia, fue la salvación. Gómez pagó las deudas con la indemnización y se convirtió en el acreedor número uno de la compañía. Cuando la película fue subastada en un juzgado de Madrid cobró medio millón de pesetas que invirtió en una nueva aventura.

 
Gloria, polémica, quiebra y resurrección. Son las constantes en la vida del productor más exitoso y desastroso en la historia del cine español, que siempre ha sabido salir adelante cuando se le daba por desahuciado. El ganador de un Oscar por “Be lle Epoque”, el padre de “Torrente” despierta las adhesiones de los directores con los que ha trabajado mientras el resto de la industria se echa la mano a la cartera. Solo él es capaz de financiar un documental sobre el hambre en el mundo, encargado por la ONU, con el dinero del dueño de un puticlub de la calle Desengaño. “El Dorado” -en su día la película más cara del cine español- y “Las edades de Lulú” se pagaron con cheques de una orden religiosa en el Vaticano, que quería rentabilizar excedentes de tesorería.

 
«Andrés es un seductor que te convence y transmite el entusiasmo, un figura», alaba Santiago Segura. Cuando Javier Bardem y Gabino Diego dijeron que no a “El día de la Bestia”, Andrés Vicente Gómez se acordó de aquel chaval que nació en su mismo barrio, Carabanchel, y que hacía cortos. Cuando Segura movía el guion de “Torrente”, él fue el único que sacó la chequera. «Es el productor español más americano», define el actor. «Un amigo que nunca tira la toalla y con el que no te aburres nunca. ¿Polémico? Si llevas cuarenta años en esto y te rodeas de la gente con más talento siempre surge la polémica. Recuerdo el rodaje de “Manolete” (Segura era el mozo de espadas del diestro); creo que si yo fuera él habría matado a alguien».



El triste estreno de “Manolete”
el pasado verano hubiera acabado con la carrera de cualquier productor. Seis años estuvo el filme en el limbo desde que Adrien Brody y Penélope Cruz saltaron al ruedo. Costó 21 millones de euros y según el Ministerio de Cultura recaudó 143.000 en España. Poco habrá podido cobrar el constructor de los decorados, José Luis Moya, al que la productora adeudaba medio millón de euros. Ni los dos hoteles alicantinos cercanos a la Ciudad de la Luz, donde dejó un pufo de cientos de miles de euros.
Apenas unos meses después, Andrés Vicente Gómez se sacaba de la chistera otro proyecto momumental: un musical que llenaría los madrileños Teatros del Canal en navidades. “El último jinete” se vendió como una superproducción de 9 millones que se testaría en España antes de desembarcar en el West End londinense. La crítica la masacró y el público no respondió. ¿De dónde salió el dinero? El productor de “Huevos de oro” fue a Arabia Saudí a intentar levantar una cinta de animación que no salió. A cambio, se vino con petrodólares para construir decorados de siete metros de altura. El estreno fue un acontecimiento social al que acudieron la Reina y dos ministros.

 
«Andrés es un productor de raza, un aventurero que siempre ha encontrado dinero hasta debajo de las piedras para rodar películas. Eso sí, tiene todos sus defectos a la vista y todas sus virtudes ocultas». Fernando Trueba ha trabajado con él en siete ocasiones y le debe el Oscar. Recuerda que en Los Ángeles los productores más veteranos del Hollywood dorado le adoraban. «Mis viejitos, los llamaba. Ha crecido entre gente del cine. No es un cinéfilo tal como solemos entender el término, más bien le gusta lo que tiene esto de aventura económica». Cuando Trueba escribió “El sueño del mono loco” advirtió a su mecenas de que la película no daría un duro. «Él siempre supo que no funcionaría y aun así quiso producirla. Yo eso no lo olvido».

 
Hubo un tiempo en los noventa en que Andrés Vicente Gómez parecía producir todo el cine español. Los logos de Iberoamericana y Lolafilms estaban presentes en una media de siete largometrajes anuales dirigidos por primeros espadas: Trueba, Aranda, Saura, Gutiérrez Aragón, De la Iglesia, Miró, Bigas Luna… Le respaldaron el Grupo Prisa primero y Telefónica después. Era el Samuel Goldwyn del pelotazo socialista. La Ley Miró había alentado un cine de autor que se tradujo en un sinfín de producciones a las que no inquietaba demasiado conectar con el público. Eran días de contratos millonarios que se cerraban con mariscadas y licor de pera en La Trainera. «Cuando vi a Andrés bajar de su Jaguar fumándose un habano en la boca del metro de Carabanchel pensé: ¡El productor!», escribía Santiago Segura en el libro del Festival de Málaga con motivo de su homenaje en 2001. Un tocho de casi 500 páginas… que pagó el propio homenajeado.

 
La querella por 300 millones de pesetas a Ángela Molina cuando esta se descabalgó de “Las edades de Lulú”; el dolor de Víctor Erice después de trabajar tres años en “El embrujo de Shanghai” y ser apartado del proyecto; el boicot al que condenó a Imanol Arias, que estuvo cuatro años sin trabajar porque le vetó, tal como denuncia el actor en sus memorias; el auxilio económico de El Pocero (el constructor acordó con el productor prestarle sus jets para la promoción de “Manolete”); las acusaciones de «indigno y desleal» de Juan Marsé tras ver “El cónsul de Sodoma”…

 

 


Andrés Vicente Gómez ha ido forjando su leyenda con polémicas que no eclipsan una filmografía sin la que no se entiende el cine español de los últimos 30 años. «Es un superviviente, un productor de los que ya no quedan. Un “bon vivant” de los de comidas hasta las tantas que no duda en meterse en proyectos multimillonarios. Pero solo queda él. Su tiempo ha pasado», apuntan en el seno de la industria. «Intentó jugármela muchas veces. Pero siempre ha sabido salir adelante», remata un alto cargo del Ministerio de Cultura en aquellos años.

 

 
Lo que nadie le puede negar es su condición de hombre hecho a sí mismo. Nacido en Leganés en 1943 y criado en Carabanchel, Andrés Vicente Gómez es hijo de un calefactor y de una modistilla que perdieron la Guerra. Fue botones en el hotel Zurbano, recogió patatas con 16 años en Inglaterra y a los 18 ya trabajaba como auxiliar de producción en “Tela de araña”, una olvidable coproducción hispano-italiana. En la segunda película es ayudante de producción; en la tercera, administrador; en la quinta jefe y la sexta ya la quiere financiar él mismo. Con Elías Querejeta aprende cómo vender películas en el extranjero y promocionarlas en festivales. De la mano de los hermanos Salkind, promotores de “Supermán”, pasa a realizar participaciones en coproducciones del jaez de “Belleza negra” y “Diabólica malicia”.

 
Ser el mánager de Los Brincos durante año y medio coincidiendo con el periodo más glorioso del grupo solo ocuparía una línea de su currículo. Andrés Vicente Gómez ha distribuido cine de arte y ensayo, integrales de Chaplin y Keaton, “El último emperador”, “Bailando con lobos” y “Paseando a Miss Daisy”. Pero también “Garganta profunda en Tokio”, al tiempo que producía “Los caraduros” de Ozores y “Christina y la reconversión sexual”. Ha sido amigo de Orson Welles, con el que firmó un contrato que acabó como el rosario de la aurora para terminar de rodar sus filmes inacabados.

 
Vender cemento rumano a Argentina y petróleo argelino a los alemanes o financiar “Flecha negra” con dinero de L. Ron Hubbard, el líder de la Iglesia de la Cienciología, darían para otras tantas películas. También su idilio en Londres y París con Nico, la chica del coñac Terry que acabaría integrando la Velvet Underground. Su actual pareja es la periodista Concha García Campoy.


«Andrés es un productor-cineasta de los que, por desgracia, quedan pocos», piropea Enrique Urbizu, que se fue a vivir a Madrid gracias a él. Gómez le encomendó dos comedias basadas en libros de su mujer por entonces, Carmen Rico Godoy, fallecida en 2001: “Cómo ser infeliz y disfrutarlo” y “Cuernos de mujer”. «Él me enseñó que en esta profesión tienes que ser osado para emprender proyectos. Tiene una visión y una capacidad de riesgo que le ha llevado a lograr grandes cimas y grandes fracasos. Y te deja trabajar. Es un superviviente nato que siempre se reinventa».
La prueba, el musical que presentará en pocos meses: “¡Ay, Carmela!”, una obra teatral que llevó al cine en 1990 con Carlos Saura. El chico que pagaba a Clint Eastwood sigue llevando las cuentas.

 

(Reportaje publicado en el diario EL CORREO el 2 de febrero de 2013)

Por Oskar Belategui

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