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Oskar Belategui

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Aquelarre en Zugarramurdi

Álex de la Iglesia invoca al Maligno en ‘Las brujas de Zugarramurdi’, una comedia terrorífica que rueda en Navarra

El director bilbaíno ha reclutado a los descendientes de aquellos vecinos quemados en la hoguera acusados de brujería

Las brujas en Zugarramurdi son un pintoresco reclamo turístico. Los bares venden licor de mandrágora y “sorgiñas” imantadas para pegar en la nevera. El Museo de las Brujas, abierto en un antiguo hospital, reproduce como si fuera un plató los procesos del Santo Oficio que tuvieron lugar aquí hace 400 años. Junto a las casullas de los inquisidores, los edictos de fe y un potro de tortura, unos postes recogen los nombres de vecinos quemados en la hoguera. Otros murieron en prisión y sus restos fueron entregados después al fuego purificador: María de Arburu, 70 años; Domingo de Subildegui, 50 años; Juanes de Sorraiz, 9 años…

En su primer año cursando Filosofía en la Universidad de Deusto, Álex de la Iglesia buceaba en la Biblioteca Loyola entre edictos de fe y textos de aita Barandiaran y Julio Caro Baroja. «”El carnaval” era mi libro de cabecera, me fascinaba la mitología vasca», recuerda el director, que en su undécimo largometraje ha hecho realidad su sueño de contar el mayor proceso de brujería de todos los tiempos. Pero, ojo, su afán no es historicista. “Las brujas de Zugarramurdi” es «una comedia desmadrada, exagerada, loca, desaforada». Transcurre en nuestros días y cuenta «la historia de un grupo de pobres diablos envueltos en una maldición grotesca».

Solo el autor de “El día de la Bestia” podía reproducir un aquelarre en la cueva más visitada de Navarra. Lleva varios días rodando «la secuencia más compleja de mi vida». Hasta mil personas entre técni cos y figurantes han reproducido en este imponente túnel kárstico las fiestas rituales que el Tribunal de Logroño juzgó como culto demoníaco. Hay grúas y plataformas para las escenas en que las brujas vuelan. Los técnicos de efectos especiales se ocupan del fuego controlado pese a la lluvia que se filtra en la cueva. Una gigantesca mesa de madera con un lauburu labrado parece esperar la llegada de Satán.

Mario Casas y Hugo Silva, felices de pasear por el pueblo sin que les asalten las fans, son los pringados de la historia. Dos ladrones que asaltan una tienda en la Puerta del Sol y escapan con su botín -25.000 anillos de oro, «un cargamento de mal rollo»- en dirección a EuroDisney. Al caer en Zugarramurdi se topan con una familia de tres generaciones de brujas: Telere Pávez, Carmen Maura y Carolina Bang.

«En la película no hay una realidad histórica pero sí elementos auténticos», aclara De la Iglesia, que define al personaje de Carmen Maura, la reina del aquelarre, como «Gloria Swanson pero en borroka». En realidad, la actriz encarna a Graciana Barrenechea, cuyo caserío familiar sigue en pie a unos pocos metros de aquí. Álex fue a visitar a la familia y le invitaron a marmitako y conejo. Los Barrenechea han acabado disfrazados de bruja y echando una mano en el rodaje, al igual que el resto de vecinos. La docena de maquilladores no da abasto en el frontón. Algún día han llegado a “zombificar” a 700 personas.

«En realidad las brujas no eran seres terribles, sino mujeres con una religión anterior al pensamiento occidental que se les imponía. Se empeñaban en mantener la tradición, y de eso en Euskadi sabemos un rato», reflexiona el director bilbaíno, que estuvo a punto de rodar el fime en castellano y euskera. «Al final no lo he hecho por necesidades de producción, pero las actrices se han aprendido las frases. Respeto mucho el euskera y no quería meter la pata».
Carmen Maura, afónica de cantar irrintzis, se lo pasa «bomba» en su tercer trabajo con este jefe de pista especialista en arengar a las masas. «¿Os creéis la historia de Adán y la costilla?», grita el director a los figurantes en medio del caos. «Nooo». «¿Qué sois?». «¡Brujaaas!». Hasta 18 tomas ha llegado a hacer de una escena con 200 mujeres persiguiendo a los protagonistas por un prado. El rodaje en la cueva era fundamental para dotar de realismo a un filme que necesitará de una elaborada postproducción con efectos especiales antes de su estreno la próxima primavera.

«La cueva supone un clima que diferencia la interpretación de los personajes. No he querido utilizar cromas (pantallas en las que se insertan imágenes), esto es el efecto Fitzcarraldo». Si Herzog se las hacía pasar canutas a Klaus Kinski, De la Iglesia aprieta tanto a los actores que Carolina Bang, su pareja en la vida real, acabó una noche en el hospital después de tropezar y partirse la crisma. «Hemos tenido accidentes, sustos, percances… Lo normal en mis películas».

Han pasado veinte años del rodaje de su ópera prima, “Acción mutante”, y su autor sigue sin creerse el cuento de la madurez. «Somos los mismos, pero más viejos y más malos. Durante estos años he aprendido a esquivar golpes, a rodar secuencias más rápido. Pero la fuerza de contar una historia es la que surge cuando te formas como persona, entre los 18 y los 25 años. Ese organigrama mental es el que intentas seguir manteniendo».

«Los tipos atractivos son los que más merecen sufrir»

“Las brujas de Zugarramurdi” tiene todas las papeletas para ser un éxito de taquilla el próximo año. Producida por el presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo, estará a punto para su posible estreno en el Festival de Málaga. Sus dos protagonistas, Mario Casas y Hugo Silva, son quizá los dos actores más deseados en España. «Quería a dos tipos atractivos, porque son los que más merecen sufrir. Ambos me han sorprendido por su sentido del humor», alaba De la Iglesia, que juega en la cinta con su atractivo entre las chicas. «¿Qué hay más divertido que verte rodeado de mujeres sexy?», se pregunta el director. «Imagínate que alguien te pone muchísimo, pero descubres que se come a la gente. Ese es el punto».

Por Oskar Belategui

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