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Oskar Belategui

Gran Cinema

Medio siglo con Atticus Finch

 

El héroe íntegro de ‘Matar a un ruiseñor’ ha inspirado más vocaciones de abogados que cualquier otro filme

 

Eduardo Torres-Dulce, fiscal general del Estado, debe la vocación a su padre, magistrado del Tribunal Supremo. Y a Atticus Finch. Cinéfilo de raza, contertulio habitual de José Luis Garci, Torres-Dulce tuvo un espejo en el protagonista de “Matar a un ruiseñor”. Un héroe íntegro y cotidiano que ha despertado la vocación para estudiar Derecho a abogados de todo el mundo. «”Matar a un ruiseñor” ofrece el fulgor evocador de un tiempo ido», escribe el máximo responsable de la Fiscalía. «El final de la infancia de la narradora y quizás de la República Americana Liberal y confiada de los Padres Fundadores. Un retrato emocional de la vida en los secos tiempos de la Depresión, una mirada a cómo fluye la vida día tras día, tan callando, en un tranquilo, hipócrita y violento pueblo sureño».

Medio siglo después de su estreno, el clásico de Robert Mulligan mantiene intactos sus valores cinematográficos y morales. En esas encuestas a las que son tan aficionados los americanos, Atticus Finch suele ocupar los primeros puestos si hablamos de superhéroes nacionales. Hasta Obama admite que lo venera. Padre viudo modélico y ciudadano ejemplar, Atticus administra amor a sus hijos y justicia a su pueblo. Defender a un negro acusado de violar a una muchacha blanca en la Alabama de los años 30 exigía valor y confianza en el sistema legal. En 1962, la discriminación racial en el Deep South todavía no era un tema muy habitual en el cine americano. Ni las proclamas liberales como las que suelta cada dos secuencias el protagonista: «La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno».

Aquel año Estados Unidos lanzó el primer satélite de comunicaciones y sufrió la “crisis de los misiles”. Sonaba el primer “single” de los Beatles y la Iglesia católica celebraba el Concilio Vaticano II. El viejo “sistema de estudios” de Hollywood daba paso a una generación de directores procedentes de la televisión. Martin Ritt, John Frankenheimer, Delbert Mann y Sidney Lumet apostaban por historias urgentes con sentido social, sin el boato de la Meca del Cine. Rodaban rápido y barato gracias a su experiencia en los platós televisivos. Robert Mulligan había luchado en la II Guerra Mundial y trabajado en “The New York Times”. Sus dos filmes más celebrados, “Matar a un ruiseñor” y ” Verano del 42″, inciden en la reconstrucción de un pasado a través de la memoria y desde la óptica de un niño.

La figura del productor Alan J. Pakula, adalid del liberalismo en Hollywood, también resulta fundamental en una cinta que muestra un retrato poco complaciente de la América profunda y hasta po ne en solfa la sacrosanta institución del jurado. Toda la verosimilitud del ficticio condado de Maycomb ya está contenida en la novela de Harper Lee. La autora, que ganó el Pulitzer con su primera obra y ya nunca más ha vuelto a escribir, introdujo elementos autobiográficos en el libro. Atticus Finch se inspira en su padre, un abogado que en 1919 defendió a dos negros acusados de asesinato. Tras su condena, ahorcamiento y mutilación, nunca más asumió ningún caso relacionado con un crimen. Harper Lee tuvo a Truman Capote como compañero de juegos infantiles. Ella era un chicazo y él un rarito que ceceaba y hablaba como un adulto, así que congeniaron pronto. Su amistad duró toda su vida (en 1960 viajaron a Kansas juntos para investigar los asesinatos que sirvieron de base a la novela de Capote “A sangre fría”). El niño repipi del filme es, claro está, un trasunto del autor de “Desayuno en Tiffany”s”.

“Uno no comprende de veras a una persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista, hasta que se mete en el pellejo del otro y anda por ahí como si fuera él». En boca de otro actor podría sonar falso, pero Gregory Peck dota de verdad cada sílaba de sus diálogos. “Matar a un ruiseñor” no se entiende sin el actor, que ganó su único Oscar con Atticus Finch, imponiéndose aquel año nada menos que a Peter O”Toole, Burt Lancaster, Jack Lemmon y Marcello Mastroianni. Ni “Vacaciones en Roma”, ni “Moby Dick”, ni “El cabo del terror”. Peck siempre tuvo claro cuál era su película favorita. En su funeral, Brock Peters, el actor que encarnó al reo negro en el filme, leyó su panegírico: «Atticus Finch le dio la oportunidad de interpretarse a sí mismo».

Peck acostando a sus hijos, disparando a un perro rabioso o soportando con rabia contenida el escupitajo de un vecino ha quedado como paradigma de la dignidad. «No hay que decir lo siento si no lo sientes», alecciona a sus hijos en una fábula con un componente mágico que remite al mito de Frankenstein y que se respira asimismo en “El espíritu de la colmena”, de Víctor Erice. Una historia de iniciación que posee su hálito fantástico en la aparición de Boo Radley (Robert Duvall en su primer papel en cine), el misterioso vecino que ha vivido oculto toda su vida. «Matar a un ruiseñor es un grave pecado», educa Atticus Finch. «No hace otra cosa que cantar para regalarnos el oído».

 

Obama homenajea una de las películas de su vida

La foto de Barack Obama sentado en un autobús dio hace unos días la vuelta al mundo. El presidente estadounidense homenajeaba a Rosa Parks, la mujer que se negó a ceder ese mismo asiento a un blanco en la Alabama de 1955. El vehículo se expone en el Museo Henry Ford de Dearborn, en Michigan.
Maestro a la hora de dotar a sus gestos de un valor simbólico, Obama nunca ha ocultado que “Matar a un ruiseñor” se encuentra entre las películas de su vida (“El padrino” es su favorita). Atticus Finch ha sido un modelo de integridad para este graduado en Derecho por Harvard, hijo de madre blanca y padre negro. Coincidiendo con los 50 años de su estreno, la Casa Blanca programó un pase privado en el que el anfitrión recibió a familiares de Gregory Peck y a estudiantes locales.

Además, el presidente emuló a José Luis Garci y presentó la cinta en el canal de televisión por cable USA Network. Su introducción resume a la perfección el espíritu del clásico de Robert Mulligan: «Hace 50 años una película cautivó a esta nación. Un cuento inolvidable de coraje y convicción, que nos enseñó que hay que hacer lo correcto sin importar las consecuencias y nos brindó uno de los grandes héroes del cine americano: Atticus Finch, interpretado memorablemente por Gregory Peck. Medio siglo después, el valor del filme permanece. Todavía nos habla. Aún nos cuenta algo sobre lo que somos como pueblo y sobre los valores que compartimos».

 

Por Oskar Belategui

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