La industria de los videojuegos, al igual que la del cine, echa mano demasiado a menudo de secuelas para seguir llenando las estanterías de los distintos establecimientos comerciales. En otras palabras, se trata de exprimir la gallina de los huevos de oro con segundas, terceras y hasta cuartas partes de juegos que en su día revolucionaron el panorama del ocio cibernético. Son apuestas más o menos seguras que garantizan la máxima rentabilidad a costa de exhibir una clara falta de imaginación. Sin embargo, cada cierto tiempo, surgen títulos originales, novedosos e incluso arriesgados que nos recuerdan los orígenes de este octavo arte. Es el caso de Mirror’s Edge, que tras su arrollador éxito en las consolas de última generación llega mañana para PC de la mano de Electronic Arts. De esta forma, podemos disfrutar en nuestros ordenadores de esta auténtica obra maestra de DICE, la desarrolladora sueca que ha sabido como nadie combinar los juegos de acción con los de plataformas. Una mezcla de lo más adictiva.
El planteamiento de Mirror’s Edge es relativamente sencillo. Se trata de una aventura en la que encarnamos a una atractiva mensajera en una sociedad del futuro donde están prohibidas las comunicaciones. Nuestra labor consiste en esquivar a la policía que nos busca por una falsa acusación de asesinato, corriendo a gran velocidad y saltando de rascacielo en rascacielo a lo ancho y largo de una gran ciudad. Para ello, deberemos aprovechar todo el mobiliario urbano disponible a nuestro alcance para ir hacia aquellos lugares donde nuestros enemigos, poco acostumbrados a las piruetas, no pueden llegar. Como no podía ser de otra forma, el juego incluye un completo tutorial que nos irá enseñando todos los trucos de los runners antes de emprender las alocadas carreras metropolitanas. Por si fuera poco, el juego teñirá de rojo los caminos y elementos con los que interactuar, lo que facilitará enormemente nuestra tarea. Y menos mal, porque de lo contrario nuestra misión hubiera sido poco menos que imposible. Aún sabiendo qué hacer, las caídas desde gran altura están garantizadas.
Hay que tener en cuenta que encarnamos a Faith, una elástica muchacha que corre desarmada y no a un fornido marine, por lo que no es aconsejable entrar en combates cuerpo a cuerpo con nuestros enemigos. No obstante, nuestra heroína puede desarmar a sus oponentes si la situación lo requiere gracias a sus felinos movimientos. Precisamente, ahí es donde reside la principal virtud de Mirror’s Edge, lo bien que responde nuestro personaje al pad. Con el mando podemos hacer cualquier cosa sin volvernos locos memorizando una larga lista de botones para evitar estrellarnos contra el duro asfalto. Naturalmente, el sistema de control nos exigirá pasar varias horas delante del monitor, pero realmente el esfuerzo merecerá la pena, hasta tal punto de hacernos creer que practicamos el “free running” como estamos acostumbrados a ver en multitud de vídeos de YouTube. De hecho, la opción contrarreloj nos permite volver a recorrer diferentes escenarios para ver si podemos mejorar nuestras marcas, lo que incrementa un poco su durabilidad aunque echamos en falta un modo multijugador.
También hay que destacar el excelente trabajo realizado con el diseño de la ciudad, que nos transmite la sensación de orden y tranquilidad que esconde la brutal represión que padecen sus habitantes por parte de los poderes públicos en lo que supone una auténtica dictadura. Todo ello contrasta, y mucho, con la apariencia de los personajes, con una clara inspiración anime de lo más desenfada como corresponde con la personalidad de los runners. Con el motor gráfico Unreal Engine 3, se logra un aspecto visual muy contundente, sin excesiva ornamentación aunque hay que resaltar las localizaciones de los túneles del metro y del barco. Y no nos olvidemos de su gran banda sonora y del excelente trabajo de doblaje a cargo de reconocidos profesionales del sector. Al final, Mirror’s Edge logra su objetivo: meternos en la piel de esta heroína que vaga por la metrópoli tratando de cambiar las cosas aunque sea sin estarse ni un minuto quieta.