La piratería no es un juego, pero, al parecer, puede que tampoco sea delito. O, por lo menos, la venta y colocación del típico ‘chip prodigioso’ que permite, reconozcámoslo, burlar los sistemas de protección de las consolas contra las copias de discos originales. Eso es lo que entiende
El auto argumenta que si bien este tipo de dispositivos puede ser utilizado para arrancar copias pirata de los videojuegos, también puede servir para, entre otras funciones, “convertir la consola en un ordenador personal apto para realizar tareas absolutamente legítimas”. O, lo que es lo mismo, ante la duda es mejor permitir un acto que dar por hecho de que se va a cometer un delito. Vamos, que ‘chipear’ una PS2, pongamos por caso, es una práctica tan legal como tunear un coche o incorporar funciones, normalmente jocosas, a los móviles de toda la vida.
Como siempre que hablamos de piratería en el mundo de los videojuegos, el verdadero meollo de la cuestión suele silenciarse en pos de la defensa a ultranza de los famosos derechos de autor. La piratería es siempre un hecho reprobable y claramente perjudicial para la llamada industria del ocio. Ahora bien, sería interesante que las distribuidoras de software jugable reconocieran que son ellas mismas las que empujan a muchos jóvenes, y no tan jóvenes, a pasarse “al lado oscuro” al mantener una política de precios tan desorbitada como abusiva con casos como el que comentaba mi compañero Pablo aquí.
Sigo sin entender, por mucho que me lo expliquen, porqué un videojuego, aunque sea malo, cuesta el doble que el DVD de la típica superproducción hollywoodiense que ha costado millones de dólares. Tampoco entiendo que, pese al éxito de las llamadas colecciones económicas de las distintas compañías a precios realmente asequibles, se sigan vendiendo títulos por 80 euros. Eso no hay economía que lo soporte, por lo que el divertimento electrónico se ha convertido en los últimos tiempos en un auténtico artículo de lujo. A este paso, lo más barato de este negocio serán las consolas.