Bernardo de Claraval escribió una cantidad asombrosa de cartas, de las que se conservan unas 550. Hay una estupenda edición bilingüe (latín-español), a cargo de la BAC , que las recopila todas y que forma el muy grueso volumen VII de las obras completas del santo .
Bernardo tenía la costumbre de responder a todos los que le escribían, que iban desde reyes, papas y obispos hasta condesas, pasando por abundantes abades de todas las órdenes, caballeros, señoras, amigos anónimos y algún iluminado suelto. Las circunstancias en las que se escribieron estas epístolas son más o menos conocidas, según los casos. En cuanto al contenido, también es muy diverso: hay auténticos tratados teológicos, consejos políticos, presiones, incluencias, peticiones, tirones de orejas bastante severos y raramente cariñosos, algún tejemaneje monástico, temas administrativos entre abadías, varios ‘enchufes’ en toda regla -uno ‘arreglado’ ante la reina de Jerusalén-, acuses de recibo, temas de familia, saludos más o menos cordiales y hasta algún cotilleo repartido por aquí y por allí.
Algunos de estos textos dejan ver que Bernardo a veces se veía abrumado por su abundante correspondencia y que no tenía mucho tiempo ni humor para consultar las cartas anteriores y seguir el ‘hilo de discusión’ que su corresponsal pretendía mantener. Hay una que me encanta, la carta 404. El destinatario es un tal Alberto, “recluso”. Por lo visto este hombre se dirigió al abad de Claraval para pedirle consejo a la hora de emprender algún tipo de ayuno o penitencia. No está del todo claro, porque el propio santo no parece recordar de qué se trataba exactamente y su texto transmite cierto fastidio, como de estar respondiendo a un pesado. Cosas de ser una ‘celebrity’. En la Edad Media también pasaba. En fin, lean, lean:
CARTA 404
Al recluso Alberto
Le aconseja que se alimente una vez al día y que no admita mujercillas
El hermano Bernardo de Claraval al hermano Alberto, recluso: luchar un buen combate.
Me pides que te apruebe no se qué observancia de ayuno que me propusiste al recluirte en tu celda y que te permita, además, platicar con mujercillas -cosa que recuerdas que te la prohibí-, ya que por tu pobreza dices que te resulta inevitable. Yo carezco de toda jurisdicción sobre ti. Te di el consejo -no el mandato- de que hagas siempre una comida al día, que rechaces por completo las visitas y charlas con las mujeres, que vivas de tu propio trabajo y otros avisos que sería prolijo recordar ahora. Si preveías que con estos medios no ibas a poder realizar esa gran obra, no debiste comenzar lo que ahora eres incapaz de terminar. Este es el consejo más importante que te di; no estás obligado a seguirlo como un precepto, pero tampoco, pero tampoco cambiarás mi parecer. Adiós.
¡Es magnífico! No se pueden decir más cosas con menos palabras. Sólo le falta el emoticon ¬¬ detrás del Adiós. ¿Quién sería este Alberto? Es genial su argumento para justificar su necesitad de ‘platicar’ con ‘mujercillas’ -‘muliercularum’ en el original- en su celda: lo necesita porque es pobre.