Esta señora que mira a la cámara con un cierto aire de picardía es la escritora e ilustradora Pamela Colman Smith, recordada por ser la diseñadora de las cartas del Tarot Rider-Waite que, como habrán observado sagazmente, se llama Rider-Waite y no Colman Smith. Rider fue la casa editora y Waite era el escritor Arthur Edward Waite, cuya carrera esotérica reflejó la esencia del ocultismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX. En ‘La tradición oculta’, Gérard Galtier explica, entre un montón inabarcable de cosas interesantes, que la clave de todo el ir y venir de sociedades herméticas de la época era la legitimidad de la iniciación. Todos corrían de un lado a otro iniciándose en los ritos más asombrosos, cuyos oficiantes no hacían otra cosa que discutir y pelearse entre ellos por la legitimidad de su potestad iniciadora.
De hecho, Galtier cuenta, no sin cierta dosis de mala baba, que Papus estuvo dos horas y media en la cámara de reflexión de no recuerdo qué logia de vaya usted a saber qué rito, hasta que le dijeron que “lo sentimos mucho, señor, desolé, pero no podemos admitirle entre nosotros”. Galtier deja caer hasta los nombres de los dos individuos que votaron en contra. Qué indiscreción. Pero dio igual, Papus se largó dando un portazo –¡blam!– y se las ingenió para ser iniciado por vías digamos nebulosas y poder abrir así su propio conventículo. Y de este modo actuaban todos. A portazos.“¿¡Cómo?! ¿Que no me admiten ustedes en su orden iniciática del Tres? ¡Pues ahora corro a cofundar la Hermandad Polarista con Jeanne Canudo!”
Y así lo normal era militar en varias órdenes herméticas bien sucesivamente o en todas a la vez, que alguna será la buena, como casi hizo Victor Emile Michelet, que escribió cierto librito sobre la caballería que ahora es saqueado sin pudor por todos los esoteristas de kiosco que pergeñan libros sobre los templarios. En la segunda mitad del siglo XIX había que dar portazos a la hora de abandonar una orden esotérica para saltar a la otra. “¿Cómo que mi neomesmerismo es ilegítimo? ¡Ahí os quedáis con vuestro cochino rito, me voy con los de Menfis Misraim!” –¡Blam!–
A. E. Waite dio varios de estos portazos. El más memorable tras tener una enganchada esotérica con el zascandil de MacGregor Mathers en The Hermetic Order of The Golden Dawn, asociación reivindicable sobre todo por su dandismo y su colorido vestuario ritual. En 1900 la orden se dividió en dos grupos. Los fieles a MacGregor Mathers se reunieron en un grupo llamado Alpha et Omega. Los hermeticocríticos montaron la Hermetic Society of the Morgenrothe, a la que pronto cambiaron el nombre porque a ver quién pronuncia eso de Morgenrothe. Waite estaba con los segundos, entre los que también se encontraba el poeta W. B. Yeats. Dio igual, porque enseguida el grupo se dividió en otros dos –¡Blam!¡Blam!– a causa de las habituales disputas fraternales. Waite lideró el Independant and Rectified Rite of the Golden Dawn, de marcado toque cristiano, mientras que Yeats encabezó a los más exaltados en Stella Matutina, cuyas reuniones debían de ser extraordinariamente memorables. Se deduce porque por lo menos dos de sus miembros acabaron en el psiquiátrico. Y no de celadores, precisamente.
Por supuesto, Waite también fue francmasón –¡blam!– y formó parte de la Societas Rosicruciana in Anglia, de donde salió –¡blam!– para cofundar la Fellowship of the Rosy Cross. Tanto ajetreo hermético no le impidió escribir sobre todo ello y pasa por ser el primer estudioso sistemático del ocultismo contemporáneo. Entre las obras que redactó se encuentra ‘The key to the tarot’, el libro que acompañaba a la baraja de aire modernista de Pamela Colman Smith, iniciada ella misma en el Golden Dawn y una de esas mujeres listísimas que, al contrario que sus compañeros, pasaban por todo esto como de puntillas y con un cierto aire de picardía.