El arte paleolítico es uno de los temas de estudio más atractivos de la arqueología. Desde que fue descubierto en 1879 en la cueva de Altamira los especialistas no han dejado de discutir sobre su significado y/o la función social que cumplía en los grupos de cazadores recolectores que vivían en Europa durante la última glaciación. Aunque las preguntas fundamentales sobre el asunto siguen sin respuesta, desde el principio y sin darle demasiadas vueltas se dio por supuesto que este arte era cosa de hombres. Sin embargo, hay quien rechaza esta idea como tópica y defiende que el pintor de Altamira, por ejemplo, bien pudo ser una pintora.
Un repaso a la historia de la literatura científica sobre este campo refleja que la imagen del cazador pintor ha sido un producto creado por los prejuicios culturales y sociales de los propios investigadores, y no una conclusión basada en hechos comprobados. Así lo afirman varios estudiosos -sobre todo estudiosAs-, de los que ahora sólo puedo mencionar a Pamela Russell, de la Universidad de Auckland, porque mi estupenda bibliografía sobre el arte rupestre se fue al demonio con el vetusto disco duro que la soportaba. Estos expertos defienden la idea del arte paleolítico como obra de las mujeres.
Según Russell, en una sociedad de cazadores los hombres pasan la mayor parte del día asegurando el sustento del grupo. En el caso de la prehistoria europea, persiguiendo a las manadas de renos, abatiendo bisontes o pescando salmones. ¿A qué se dedicaban mientras tanto las mujeres? A la recolección, a cuidar niños y al arte. En el modelo defendido por esta especialista, el arte rupestre no tiene que ser visto como religioso o mágico, sino que debía de estar relacionado con el entretenimiento o la enseñanza. Las mujeres pintaban, grababan, modelaban o esculpían para su propio disfrute y la educación de sus hijos. Altamira pudo haber sido una enorme pizarra.
Es un punto de vista interesante -y de algún modo, irritante- pero el problema es que los partidarios de las cromañonas pintoras se topan con el mismo muro de falta de evidencias con el que chocaron todos aquellos que han intentado interpretar el arte de las cavernas. No hay modo de averiguar si el pintor / grabador de tal figura fue un hombre o una mujer. Se puede deducir su altura, la postura en la que trabajó, si lo hizo con una mano diestra o zurda, e incluso el orden que siguió para crear su obra. Hasta se han desarrollado técnicas de análisis de los trazos para determinar si dos o más figuras fueron realizadas por una misma persona. Sin embargo, no hay modo de averiguar el sexo de los artistas. Que detrás de los bisontes de Altamira se esconda la mano de una mujer entra dentro de lo posible, pero no de lo probable entendiendo lo probable como lo que se puede probar.
Recordé todo esto mientras escribía este reportaje, después de haber leído el estupendo libro ‘Los pintores de las cavernas: el misterio de los primeros artistas’, de Gregory Curtis.