John Adams, uno de los padres fundadores y segundo presidente de los Estados Unidos, tiene una estatua en Bilbao. Es un monumento modesto, un busto sobre un pedestal situado a un lado del palacio de la Diputación, al que se acercan los paseantes curiosos y los turistas para ver quién puede ser ese señor dieciochesco con casaca, puñetas y peluca a juego. El homenaje se debe a que, al poco tiempo de declararse la independencia de su nación, Adams pasó por Bilbao camino de Burdeos. La visita fue breve, pero el hombre tuvo tiempo para escribir una amable descripción del país y del paisanaje (no así de su forma de gobierno, por cierto).
El hecho es que su estatua se ha convertido en uno de los monumentos más reivindicativos que conozco. Su altura escasa hace que pueda ser ‘complementada’ fácilmente con pancartas colgantes, carteles, octavillas y pegatinas más o menos subversivas. Ignoro quién fue el primero, pero a algún manifestante debió ocurrírsele que podía incorporar al viejo John para enriquecer sus reivindicaciones y le puso el primer adhesivo político.
Así que casi desde su inauguración, no hay movilización o protesta a la que el histórico revolucionario no se haya apuntado. El Adams bilbaíno se ha mostrado solidario con los trabajadores del metro en huelga -supongo que ante el disgusto de los gestores de este medio de transporte- y ha apoyado las reivindicaciones de los conductores de autobús; también se ha opuesto a la apertura de comercios en días festivos y ha censurado la reforma laboral desde diferentes sindicatos de izquierda, sobre todo UGT y CC OO, aunque no le ha hecho ascos a la CNT, cuyo logo ha lucido con orgullo en un par de ocasiones, sin olvidar tampoco el punto de vista nacionalista, pues también ha adornado su casaca con pegatinas de ELA y LAB.
Sin duda por fidelidad a las inquietudes sociales de las que hizo gala en vida, nuestro John Adams ha celebrado el Día de la Mujer, ha condenado la violencia de género, ha defendido las ayudas a los países en desarrollo, ha censurado el racismo, ha afeado al actual Gobierno los recortes en sanidad, educación e I+D, ha sido un Anonymous perfectamente identificado y se ha solidarizado con quienes padecen diversas enfermedades, sobre todo las raras. En las elecciones que le ha tocado vivir desde su llegada a la Gran Vía bilbaina se ha mostrado algo indeciso pero desde luego no indiferente, porque ha exhibido pegatinas y ha repartido propaganda de prácticamente todos los partidos en liza, lo que podemos interpretar como una defensa apasionada de la democracia, muy comprensible en él. No podía ser de otro modo y hoy, 1 de mayo, John Adams se ha apuntado a la manifestación y -como se puede ver en la foto- ya a primera hora de la mañana llevaba en el brazo derecho un buen taco de octavillas de EB-Izquierda Unida y una pegatina de UGT.
Lo de nuestro John Adams protestón va camino de convertirse en una de esas imparables costumbres urbanas que surgen espontáneamente en torno a los monumentos -como las monedas en las fuentes o los candados de amor en los puentes- que tanto desconciertan a nuestras autoridades. Pero qué quieren, es lo que ocurre cuando uno mete a un revolucionario en casa, que siempre acaba liándola.