“Bien mirado, se me propuso elegir: o el matrimonio o la guillotina. Entre dos males se escoge el menor”. Obviamente el joven Eugène-François Vidocq, presionado por una novia que fingió un embarazo para forzar el “desposorio”, prefirió pasar por el altar a subir al cadalso y así pudo escribir esta frase y todas las demás que componen ‘Mis memorias’, editadas ahora en español por Libros del Silencio en la traducción de David Cauquil, que también escribe el posfacio. Vidocq, mal soldado, desertor, duelista, seductor de señoras nada resistentes a ser seducidas, contrabandista, putero, presidiario, prófugo, corsario, bandido e infiltrado de la Policía de París debajo de los más bajos fondos, acabó siendo el primer jefe de la Sûrete Nationale, fundador de la primera agencia de detectives de la historia, Le bureau des renseignements, y creador de las técnicas de investigación policiales modernas. Vidocq (1775-1857) fue una celebridad en vida, lo que le llevó a publicar sus memorias en diversas versiones, porque en realidad se las escribieron varios negros o, como se decía entonces y precisa Cauquil, unos “tintoreros” con los que acabó peleándose hasta que pudo fijar su biografía tal como nos llega ahora.
El libro es una delicia. Por supuesto, también incluye el tipo de historias que interesan en este Gabinete. Por ejemplo, veo aquí que Vidocq se las vio con unos tales Olímpicos, sociedad secreta de folletín consagrada a sus conspiraciones y “compuesta exclusivamente por aspirantes o portaestandartes de la marina”, en cuyos ritos fue iniciado nuestro hombre por el conde de L***, infiltrado en el grupo por orden de Fouché pero que, al parecer, jugaba a tres bandas: “Poseía el más alto grado de la masonería”, circunstancia que utilizó para conseguir contactos y meterse en líos. La historia es un poco confusa, no como las anécdotas de golferío, que abundan en estas memorias para deleite del lector chismoso. Vean por ejemplo el paso nada esotérico de prófugo a corsario de Vidocq: acaba de escaparse -otra vez- cuando están a punto de meterlo en un coche de condenados. Viaja escondido en un carruaje hasta Boulogne, donde pasa unos días sin saber qué hacer hasta que se topa con un antiguo compañero de armas, Dufailli, “un vividor muy conocido entre los cantineros y las chicas del lugar” enriquecido a base de robar a los ingleses. Deciden celebrar el encuentro por todo lo alto, con una cena descomunal servida por una tal Jeanette, chica “jovial y de buen ver” que “poseía unos buenos ‘pescantes’”. Tras la cena la borrachera de Dufailli “es tal que no se aguanta en pie”, a pesar de lo cual “quiere entrar a ‘refrescarse’ en cada bodega por la que pasamos”. Hay un primer intento fallido de ir de putas, en concreto a casa de Madeleine la Picarda, “más conocida como Señora Cuarenta Mil Hombres”. Pero el estado de Dufailli es tal que doña 40.000 no los admite. La pareja opta por acudir a otro lupanar administrado por una madama menos tiquismiquis, “la señora Thomas”. Dufailli decide encamarse con la más veterana de la casa. No así Vidocq, que escoge a Pauline, “apenas quince años, tez plomiza, mirada impúdica, lenguaje grosero, voz ronca y envuelta en el típico hedor de las meretrices de carretera”. Si han leído ‘El perfume’ seguro que pueden hacerse una idea.
Concluidas las faenas, cerrado el negocio y mientras todos duermen, “se arma un gran alboroto”. Es un grupo de marineros borrachos que golpean la puerta porque quieren “ver a las ‘señoritas’”. Vidocq salta de la cama dispuesto a defender el honor y los horarios de la casa y pronto se le unen la señora Thomas, Therèse -la veterana- y Pauline. “Una lluvia de orinales, mesitas de noche, sillas y utensilios de cocina empieza a caer sobre los marineros”. Llega la policía y la cosa pinta mal para Vidocq, huido de la justicia, por lo que se las apaña para improvisar la fuga con la clásica cuerda de sábanas anudadas descolgada por una ventana. Huye acompañado por las ‘señoritas’ y Dufailli, cuyo proceso de reanimación no se detalla pero que asombrosamente está en condiciones de llegar hasta el albergue nada recomendable de un tal Boutrois, que organiza una nueva juerga “en la que corre el vino de Burdeos” y que es interrumpida por un segundo grupo de marineros encabezados por el capitán corsario Paulet… ¡que acaban de llevarse tres millones en un atraco! Los marineros reconocen a Dufailli, Dufailli reconoce a los marineros y a su capitán, del que es amigo, y da inicio otra fiesta más (!!!!) “con grandes cantidades de vinos exquisitos y licores carísimos”. En un estado de ebriedad sobrehumano Dufailli tiene la idea de recomendar a Vidocq que se una a la tripulación Paulet: “Serías un excelente ‘pescador de salmonetes’ (asesino de ingleses)”. El capitán se muestra encantado. Vidocq no se lo piensa: “En mi situación no tengo mejor alternativa”. “Desde ese instante Paulet me considerará como uno de sus corsarios. Al día siguiente me presenta al armador Choisnard y me entrega un adelanto de mi sueldo”.