En ‘From Hell’, su obra maestra, Alan Moore imagina un encuentro que nunca tuvo lugar en el Museo Británico entre el doctor William Gull y el poeta William Butler Yeats. El primero era Jack el destripador, solo por comentar, por si no están al corriente, vaya. Tras mantener una desagradable discusión con uno de los conservadores del museo sobre una momia egipcia de segunda categoría, Gull se acerca al autor irlandés, al que ha reconocido.
-“Disculpe, señor… pero es usted el Sr. William Yeats?
-“¿Sí?
-“Magnífico. Yo soy sir William Gull. Me parece haberle visto antes en compañía del Dr. Westcott. Y ¿Cómo le va al pequeño grupo de Westcott?
-“Si se refiere usted a The Order of The Golden Dawn, debo decirle que es cualquier cosa menos ‘pequeño’, señor.
-“Usted es sólo una astilla que se ha desprendido del tronco de la masonería… y que al no estar alimentada por sus verdades ni anclada por las raíces de su tradición, pronto se marchitará. A las antiguas enseñanzas todavía les queda sangre.
-“Diga lo que quiera, señor. Tiene todo el derecho a permanecer apoltronado en el folclore y los rituales. Por mi parte, me alegra seguir teniendo un espíritu inquisitivo.
-“¡Ja, ja, ja! Pues escuche lo que le digo, Sr. Yeats: sus huesos jamás descansarán en paz. Buenos días, señor.” (‘From Hell’, Alan Moore & Eddie Campbell. Ed. Planeta DeAgostini, 2003).
Al señor Moore esta escena, imposible porque Gull murió meses antes de que Yeats ingresara en la orden de MacGregor Mathers y que no tiene mayor trascendencia para la historia de ‘From Hell’, le sirve para volver a meterse un poco con la pandilla de los saludos curiosos, incluir a William Blake en su historia y enredar con la Golden Dawn, ya saben, la asociación favorita de este Gabinete. En sus apéndices Moore explica que mientras se cometían los asesinatos de Whitechapel Yeats solía visitar el Museo Británico para investigar “la vida y obras de William Blake“, cuando “acababa de ser iniciado en el Isis-Urania Temple” de la Golden Dawn. De hecho, la iniciación había tenido lugar el 7 de marzo de 1890.
La inclinación de Yeats por el ocultismo no dejó de causar cierta estupefacción incómoda entre sus críticos, pero era bastante común entre los poetas. Era por el misterio. Lo explicó Pessoa en una de sus algo confusas defensas del esoterismo: “El Cristianismo, como el Budismo, son (sic) crímenes contra la humanidad, porque son crímenes contra las leyes divinas. Son la intención, la más sacrílega, de revelar lo irrevelable; de traer hacia lo público lo que, por su naturaleza, por más empujado que sea hacia lo público ya no es lo que es.
“Es como si hubiese una joya o una flor, cuyo color maravilloso sólo pudiese existir en la noche, desapareciendo inmediatamente que se estableciese la luz, con la cual se vería.
“La vulgarización del misterio no se puede hacer, porque, así como el secreto, dicho, deja de ser secreto, pierde su virtud mística de secreto; así, los misterios revelados, no son revelados. Bien lo dijo Tertuliano: revelarlos es destruirlos“. (‘Escritos sobre ocultismo y masonería’, Fernando Pessoa).
El propio Yeats resumió que sin magia, sin lo oculto, su poesía no existiría. Y por supuesto está la importancia del ritual. Los ritos son símbolos en acción y su potencial mágico se ve reforzado por el secreto que, desde el punto de vista iniciático, “es indispensable“. “La sorpresa constituye un elemento esencial durante una iniciación. Quien sabe lo que le va a ocurrir no se sorprende y entonces la ceremonia no cumple su cometido” (‘La Masonería y el camino hacia el centro’, Daniel M. Echevarría. Ed. Kier, 2011). Yeats se tomó la Golden Dawn realmente en serio, reclutó a varios de sus miembros más conocidos, como Florence Farr, y cuanto todo se hundió, permaneció fiel al sector más serio -por describirlo de algún modo-, o si se prefiere, entre los opositores de MacGregor Mathers, junto a Arthur Edward Waite, del que más adelante se separaría para formar parte de los fundadores de Stella Matutina (la orden hermética inglesa, aclaro, no la respetabilísima logia masónica regular gipuzkoana). En uno de sus tratados sobre el tarot, ‘Claves del tarot Raider-Waite’, Waite escribió: “La patología del poeta dice que ‘el astrónomo que no es creyente está loco’; la patología de los hombres sencillos consiste en decir que el genio está loco; y entre esos extremos, que se erigen en diez mil excesos análogos, la razón soberana tiene que tomar parte como moderadora y hacer lo que pueda. No creo que exista una patología de las dedicaciones ocultas, aunque no hay duda de sus extravagancias, por lo que no es difícil ser agradecido con el que actúa como moderador entre ellas“. Y éste es el incrédulo. O, si se descuidan, el más listo.
“Excelente, excelente, pero ¿a qué hora sirven el té?” (MacGregor Mathers).