En sus ‘Cuestiones naturales’ Séneca explica la naturaleza del rayo y expone las curiosas creencias de los etruscos sobre este fenómeno: “Nosotros (los romanos ) pensamos que el rayo es lanzado porque ha habido una colisión de nubes; según ellos (los etruscos ), la colisión se produce para que el rayo sea lanzado; relacionando todas las cosas con la divinidad, están convencidos no de que los rayos significan señales porque se han producido, sino que se producen porque tienen un significado”. El encargado de interpretarlo era un arúspice especializado.
Tal y como explica Federico Lara Peinado en ‘Los etruscos: Pórtico de la historia de Roma ’, según se sabe por Plinio el Viejo y por Arnobio, los etruscos creían que existían once tipos de rayos (manubiae), que tan sólo podían manejar nueve dioses”. la lista de estas deidades se ha perdido, aunque parece que Tinia era el que tenía la potestad de lanzar la centella más importante, el llamado ‘fulmen praesagum’, “o primer rayo que equivalía a la señal de advertencia”. Además, Tinia podía proyectar otros dos tipos de centellas: el ‘fulmen ostentarium’, una demostración de furia divina destinada a atemorizar a los simples mortales, y el ‘fulmen peremptorium’, un relámpago destructor que también podía transformar las cosas. Este último era una centella de tonalidad rojiza y es interesante apuntar que Tinia no podía arrojarlo a voluntad, sino que necesitaba la autorización de los dioses superiores y su consejo (Dii superiores et dii involuti), unos auténticos Superiores Desconocidos, pues ignoramos sus identidades.
Lo curioso es que los arúspices etruscos desarrollaron todo un sistema de observación y estudio de la casuística para interpretar el sentido de estas exhalaciones divinas. Según Federico Lara Peinado, estos auténticos especialistas tenían que averiguar la identidad del dios que enviaba el rayo, “el punto de partida -de acuerdo con la cartografía celeste-, la dirección y el trayecto recorridos, el tipo (fatidicum, brutum, vanum y regale), la intensidad (“que perfora”, “que se dispersa”, “que golpea”, “que abrasa”), las circunstancias (siempre múltiples), así como evaluar la caída, la forma y el color del relámpago (blanco, negro, rojo), el lugar u objeto que había tocado y los efectos materiales que había provocado”.
La cantidad de información que debió de generar este conocimiento meteorológico -o premeteorológico- tuvo que ser vastísima. Y sin embargo todo se ha perdido . Es una pena, porque sabemos que estos arúspices intentaban desviar los rayos, pero ignoramos CÓMO lo hacían.