Me ha encantado Mil violines, el libro de Kiko Amat, a quien tienen en la foto retratado por el gran Vicens Giménez, y nadie podrá decir que es porque coincidimos en nuestros gustos. El escritor y periodista catalán, de cuyas colaboraciones en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia soy seguidor devoto, se propone recuperar la pasión a la hora de escribir sobre pop y rock, harto de funcionarios de la reseña que se ventilan una crítica con tres referencias sacadas de la hoja de prensa y un amasijo impenetrable de frases abstrusas, como si estuviesen llevando a cabo un ejercicio académico en el que está prohibido el sentimiento. En realidad, dice él y asentimos nosotros, esto de la música moderna siempre ha sido un asunto de entrañas estremecidas: qué más da que Dylan sea el más grande si a uno le deja frío, intacto. Así que Amat va repasando amores musicales, la mayoría vinculados a momentos biográficos: cada capítulo lleva en su epígrafe una canción, con artistas como Mose Allison, The Chords, The Dictators, Thee Headcoats, R.E.M., Mega City Four, Morrissey o The Fleshtones. Amat va repasando esta educación sonora y sentimental con su habitual verbo caudaloso, a veces abrumador pero siempre la mar de entretenido, y el resultado funciona hasta el punto de que yo me haya hecho una listita de Spotify con algunas de las canciones que van saliendo.
Y eso que, insisto, no se puede decir que Amat y yo hocemos en el mismo corral. Hombre, coincidimos en algunas cosas muy importantes (los Buzzcocks, los Undertones, los Smiths…), pero estamos ante un mod que abre su lista de diez canciones que odia profundamente con el Personal Jesus de Depeche Mode. En algunos momentos, uno siente la punzada del honor ofendido al ver cómo se desdeñan esas lealtades que lleva desde siempre en el corazoncito, pero supongo que se trata de una consecuencia inevitable del periodismo pasional, aparte de ser lo mismo que nos permite discutir en los bares: a mí me aburren hasta la enfermedad los Who, por ejemplo, y a lo mejor con eso puedo devolverle la apoplejía. Y, sin embargo, coincidimos en bastantes cosas, algunas puramente generacionales (aquellas cintas Basf y TDK), otras más sorprendentes (caramba, yo también he comprado bastantes veces en el Music & Video Exchange de Notting Hill) y las fundamentales digamos que… hummm… ¿religiosas? «Estas canciones nos salvaron la vida, a mí y a muchos otros -escribe Amat-. Esa música pop nos hizo lo que somos».