Me lo pasé pipa el sábado con el cabaré apocalíptico de Rammstein en el BEC. La música estuvo bien –sin ser exactamente fan de los alemanes, es cierto que su estilo viene a ser una ramificación de cosas que me gustan mucho, desde Laibach hasta Ministry, y me parece evidente que los tipos han sabido dar en el clavo melódico con bastantes de sus canciones, como Engel, Sonne o Seemann–, pero su peso en el conjunto del espectáculo resulta mucho menos determinante que en otros conciertos. Porque Rammstein son unos maestros del show siderometalúrgico: hubo derroche de pirotecnia e incluso de piromanía, con especial mención para los cohetes que sobrevolaron en horizontal a los espectadores en un momento de Du Hast y para la mágica cascada de chispas derramada desde una inofensiva lechera. El teclista navegó sobre el público en su barca hinchable, el vocalista se ajustó su polla-cañón y bañó en espuma a las primeras filas, incluso prendieron fuego a un tipo con un lanzallamas. Y la iluminación fue seguramente la más fascinante que he visto jamás en un concierto.

Eso sí, por muy atractivo visualmente que fuese el asunto, no entiendo qué pintaba mi vecino de concierto grabando todo el rato con su teléfono móvil. Bueno, todo el rato no, porque las canciones más tranquilas no le gustaban y se permitió bajar el brazo en un par de ocasiones, que aprovechó para empolvarse la nariz junto a un amigo. Y, como él, decenas de personas enarbolaban sus maquinitas para registrar no ya momentos clave, sino la práctica totalidad de la actuación, supongo que con sonido infecto e imagen indiscernible (en el caso de mi vecino, lo de la imagen lo sé de buena tinta, porque pude ver todo el rato su pantallita), y pasaban más tiempo mirando sus diminutos aparatos que el gran circo del escenario. Imagino que muchas de esas grabaciones estarán en YouTube y podría colgarles una, pero optaré por un videoclip: si prefieren, en vez de verlo directamente, pueden grabarlo con su teléfono para luego estar seguros de que lo han visto.