Me gusta la etiqueta que han acuñado Caballo Muerte para lo suyo: post-movidas. Es una palabrita engañosamente ligera pero muy acertada, porque el cuarteto alavés hace una música sin concesiones ni ataduras estilísticas. Muchas veces lo extremo se contenta con ceñirse a una fórmula y acaba no siendo tan extremo, porque al fin y al cabo ya te lo sabes antes de que suene, pero lo de Caballo Muerte es una barbaridad asfixiante, opresiva, desbordada, como una oscura erupción de rabia que pulveriza las fronteras entre estilos: beben a menudo del post-punk (la guitarra de Las flores, la línea de bajo de Corre), pero a la vez hay hardcore, metal y puro ruido, que a veces es la única manera de traducir a sonidos la desesperación. La nota de presentación de este primer álbum explica que su contenido emocional se mueve por territorios como la ansiedad y el duelo, pero lo cierto es que no hacía falta la aclaración, porque casi sientes cómo la negrura te va entrando por los oídos.

El disco, coeditado por Aloud Music, Cosmic Tentacles y Producciones Tudancas, concluye con el mazazo de Caballos. Es una tentación aplicar al propio tema algunas de las acciones que la letra atribuye a esos caballos salvajes del alma: aquí los instrumentos (y no digamos la voz al límite de Rakel Arnaiz-Porras) gritan, luchan, gruñen, rugen, lloran, aplastan y matan. Pasa la manada desbocada y deja un silencio donde no vuelve a crecer la hierba.