Qué cosa el saxofón, ¿verdad? Es un instrumento con unas aptitudes maravillosas para el salvajismo más desatado y también para envolverlo todo en un celofán de sentimentalismo y delicadeza forzada. Reconozco que tengo mucho miedo a esa segunda faceta (aunque con pocas cosas me he reído tanto en los últimos años como con el saxofonista sexy que va tocando disruptivamente el Susurro descuidado de George Michael), pero por supuesto adoro la primera: al fin y al cabo, mi álbum favorito de rock de toda la historia es Fun House, de los Stooges, que adquiere pleno sentido cuando, ya avanzado el tracklist, irrumpe como una bestia enloquecida el saxo de Steve Mackay y va arrastrando el disco hacia el desparrame cacofónico.
Los Stooges son una referencia ineludible cuando se habla de Writhing Squares (algo así como los cuadrados que se retuercen), el dúo de Filadelfia compuesto por el bajista Daniel Provenzano (que fue también de Purling Hiss) y el vocalista, saxofonista y flautista Kevin Nickles (de Ecstatic Vision). Lo suyo son excursiones de psicodelia progresiva que a menudo se extienden durante muchos minutos y atraviesan zonas muy turbulentas. Qué caramba, en realidad muchas parten de zonas ya turbulentas y se van enrareciendo todavía más. «El bajo y la electrónica de Provenzano son como un tanque avanzando por el terreno», dice la nota de prensa de esta canción, con menciones a Hawkwind y Blue Cheer, mientras que los metales de Nickles «vacilan entre la corrupción influida por los Stooges, las puñaladas de no-wave jazzy y las cacofónicas tormentas sonoras». Es lo que yo llamo un buen plan. El dúo, apoyado por la batería de John Schoemaker, acomete temas como Barbarians como excusas para la brutalidad, pero no descuida el contenido, ese armazón que evita que todo se descoyunte y derive hacia la nada. Este tema ha servido como adelanto de su cuarto álbum, que no sale hasta abril pero parece oírse ya desde aquí.