Podríamos elogiarle por muchas cosas, pero nunca por haber vivido con prudencia, de modo que seguramente esta triste noticia llega mucho más tarde de lo que muchos habríamos imaginado hace treinta y tantos años. Shane MacGowan ha muerto (tenía 65) y con él se va un personaje más grande que la vida, un intérprete que supo hermanar como nadie la tradición folk con el punk y, quizá sobre todo, un compositor mayúsculo, que obligaba a comprobar una y otra vez los créditos de los discos de The Pogues para asegurarse de que muchas de esas canciones maravillosas, que parecían brotar con naturalidad de las fuentes eternas de la música irlandesa, habían salido en realidad de su cráneo de abominable dentadura. Sí, Streams Of Whiskey o A Pair Of Brown Eyes o Sally MacLennane o If I Should Fall From Grace With God llevan su firma. Y también es suya, a medias con el compinche Jem Finer, la inmortal Fairytale Of New York, una buena candidata a mejor canción navideña de la historia, o quizá simplemente a mejor canción de la historia.

MacGowan, brillante e inconsciente, empezó a llamar la atención con el punk y aparece de llamativo figurante en muchas fotos de la época, como esa en la que lleva de paseo a su oveja por delante del palacio de Buckingham. En él convivían la confrontación de aquel movimiento con un amor sin medida por toda la tradición irlandesa, y de ahí surgió aquella dificilísima combinación de brutalidad y ternura, de procacidad y sentimentalismo, que aportó una magia imperecedera a su banda, The Pogues. Además, estaba el personaje, siempre bebiendo o siempre bebido, como un incorregible botarate que en algunos conciertos se pasaba más tiempo por los suelos que de pie ante el micrófono y, aun así, lo seguíamos queriendo. Entonces imaginábamos equivocadamente que moriría rápido, aunque quizá no lograse dejar un cadáver bonito. Estos últimos meses, en cambio, ya se sabía con certeza que el desenlace se acercaba de manera más o menos inminente, pero eso no impide que hoy estemos deseando salir del curro para bebernos una Guinness, o cuatro o cinco, a su salud.