Foto: Gabri Guerrero

A Tronco, como a tantas otras cosas, llegué muy tarde, y fue gracias a que Conxita (el 50% de la banda junto a su hermano Fermí, menor que ella en edad, que no en estatura) es también dibujante e ilustró un concierto de Ricardo Lezón en la Sala BBK en 2021, allá por la triste pospandemia. A raíz de aquello me puse a escuchar a Tronco, o Los Troncos, como dice mi hija pequeña, y esta vez la referencia familiar es menos peregrina que otras, porque los niños (o, al menos, las mías) sintonizan de inmediato con la música del dúo catalán, al escucharla sin ese poso de prejuicios y manías que hemos ido acumulando los adultos. Y no me malentiendan, que lo de Tronco puede tener su punto evidentemente naíf pero en realidad no es nada infantil, puede parecer sencillo pero en realidad tiene una sofisticación muy suya, puede sonar ingenuo y feliciano pero carga con su trasfondo de verdades de la vida.

En fin, que los hermanos Herrero acaban de editar su cuarto álbum, Tutupá, y vuelven a derrochar ese encanto doméstico y a la vez universal o quizá extraterrestre, con sus alegrías cotidianas y sus días infinitamente tristes y también sus cracs hospitalarios, todo envuelto en una especie de folclore chispeante que se puede y se debe cantar con una guitarrita pero viene salpicado por un lujoso derroche de detalles sonoros. No entiendo nada, el tema que abre el disco, es algo así como una estupefacta canción de amor. «Entendería que quisieras verme, / entendería que me hablaras, / entendería que quisieras conocerme, / entendería ese ‘hola, guapa’ / si fuera algo agraciada, / si por lo menos fuera simpática, / pero no entiendo nada». Mis hijas, por cierto, protestan porque el Heno de Pravia les parece muy cool.