Tres álbumes repletos de música interesante llevan publicados Abronia en los últimos cinco años, pero parece que sus canciones tardan en calar como merecen incluso entre quienes podrían apreciarlas: creo que en eso les perjudica un rasgo suyo que suele descolocar mucho, y que podríamos describir como la resistencia natural a ser etiquetados. Las composiciones del sexteto de Portland, Oregón (se supone que son seis, no sé si en la foto falta uno o si está debajo de ese brazo que se alza), pueden sonar a muchas cosas distintas, incluso pueden sonar a muchas cosas distintas en una misma canción, y hasta su formación resulta un poco chocante y avanza de alguna manera la dificultad para encuadrarlos. En Abronia, voy a repasar, hay dos guitarras, una pedal steel guitar (hey, el tío toca también en Federale, que tuvieron canción de la semana por aquí), un bajo, un saxo (interpretado por la vocalista, que originalmente era solo saxofonista) y una percusión centrada en un enorme bombo colocado en horizontal. Y, con ellos, Abronia van engarzando a su aire fragmentos musicales que pueden abarcar del rock sahariano al krautrock, del ambient americanista al doom psicodélico, con la naturalidad de quien no parece enterarse de que está haciendo algo raro. He escogido Plant The Flag, el corte más conciso de su nuevo álbum, pero este es uno de esos casos en los que recomiendo escuchar el disco entero, porque en un grupo así cualquier fragmento brinda una visión penosamente incompleta.