También utilizó el apellido para firmar algunos de sus discos, Vangelis Papathanassiou, pero para todo el mundo era simplemente Vangelis: ya desde su nombre tenía más de presencia misteriosa, casi mitológica, que de artista convencional. El músico griego siempre se caracterizó por un punto enigmático, huidizo, ajeno al mundo: era muy poco amigo de las relaciones públicas, las entrevistas y los comentarios sobre su vida privada y uno se lo imaginaba encerrado en su refugio, rodeado de montañas de sintetizadores, como un dios griego barbudo y un poco iracundo que se entregaba a crear mundos. Acaba de difundirse la noticia de su muerte a los 79 años (al parecer, a causa del covid) y se hace difícil resumir en cuatro trazos una carrera que se extiende durante más de medio siglo, repleta de vertientes interesantes. Habría que arrancar en Aphrodite’s Child, aquel grupo que compartió con otro griego más grande que la vida (Demis Roussos) y con el que firmó una pieza clave del rock progresivo, 666, doble álbum excesivo y fascinante que entusiasmó a Dalí. Habría que detenerse en alguno de sus discos emblemáticos de los 70, en los que dio forma a su personalísima concepción de la música electrónica: por ejemplo, Albedo 0.39, Spiral o Heaven And Hell, en los que se acostumbró a poner sonido al espacio, una de sus grandes especialidades. Aquí voy a copiarme: el espacio no lleva banda sonora incorporada, pero, cuando nuestra imaginación se empeña en añadirle una, es muy probable que se parezca a la música de Vangelis.
Convendría quizá trazar un pequeño desvío para recuperar los álbumes que grabó junto a Jon Anderson, el vocalista de Yes, bajo el nombre de Jon & Vangelis: se esconden en ellos unas cuantas canciones sobradas de belleza y encanto, que merecerían ser recordadas con más frecuencia y más cariño. Y, claro, no queda otra que pasmarse ante sus bandas sonoras de éxito masivo de los 80, con la épica de Carros de fuego y el futurismo emocional de Blade Runner. Esta escena de aquí abajo, LA escena, no sería lo mismo sin esos sintes que logran mantener el difícil equilibrio entre lo cósmico y lo sentimental.