Estoy recién aterrizado de unas vacaciones de cinco días en Londres con la familia. Sería bonito decir que, allá en la isla, he descubierto alguna novísima tendencia del pop, pero en realidad han sido cinco días prácticamente sin música, de aquí para allá, redescubriendo esa maravillosa sensación de encontrarse en un país extranjero. Aunque quizá debería decir «sin música grabada», porque Londres siempre tiene la peculiaridad de liar a mi cerebro en obsesivos bucles canturreantes. Me ocurre con las estaciones, por ejemplo: es ver u oír Brixton y empezar a cantar sin descanso el The Guns Of Brixton de los Clash (en realidad, solo el verso de «oooooooh, the guns of Brixton», no me tengan en tanta estima como para suponer que me sé la letra entera), y no digamos ya si mi metro pasa por Euston, porque entonces ya no se me caen de la cabeza los versos «smoke lingers round your fingers, train heave on to Euston» del London de los Smiths (esta sí me la sé, qué pasa, aunque siempre se me olvida lo que significa heave).
El caso es que esta vez nos hospedábamos al lado de Victoria y, claro, ya se pueden imaginar lo que ha pasado. ¡Ese exultante estribillo de una sola palabra repetida cuatro veces ha estado sonando non stop en mi cabeza! En realidad, la primera versión de Victoria que yo conocí fue la que hicieron The Fall, y en esa se ha centrado mi cerebro estos cinco días: aunque la letra es igual («Victooooria, Victooooria, Victoria, Victori-a»), la canto mentalmente con iracundo tono de Mark E. Smith, quizá incluso fumándome mentalmente un cigarrillo de los que no cato en la vida real. Pero, como The Fall ya tuvieron canción de la semana, nos vamos a la original, claro. The Kinks, Victoria, qué más voy a decir.