Al pobre Pete Doherty lo han enchironado por incumplir las especificaciones de su libertad condicional: aparte de que su sentencia por posesión de drogas y conducción ilegal le exigía someterse a rehabilitación, y no sé yo si el concepto de rehabilitado se ha vuelto tan elástico como para incluir a este hombre, la cuestión es que no acudió a una de sus citas en el juzgado y llegó tarde a otra. Cosa lógica, por otra parte: no tengo ninguna duda de que Pete estará adornado de muchas virtudes, pero jamás imaginé que entre ellas pudiese estar la puntualidad. Si se inventase la máquina de visitar cerebros, yo me apresuraría a hacer una excursión al de este tipo, porque sus mecanismos mentales han de ser un espectáculo fascinante, sobrecogedor, digno de quedarse con la boca abierta. Como suele estar él, por otra parte, y lo digo desde mi cariñosa postura pro-Doherty.
En realidad, en el actual mundo de la música, mercantilista y sostenido por la ambición, Doherty es excepcional porque no rige su vida por cálculos. Lo de hoy sirve de prueba: por ahorrarse echar una firma en el juzgado, una tarea que es sólo un poco más trabajosa que bajar a por el pan, va a tener que posponer el conciertazo que tenía programado este mes en el Royal Albert Hall. Y, si le obligan a cumplir las 14 semanas de condena, tampoco podrá estar con los Babyshambles en el festival de Glastonbury. Ay, este hombre es uno de los pocos idealistas que quedan en el rock de hoy, aunque no tenga muy claro qué ideas son las suyas.