Foto: Mute Records
Hubo una época en la que me fascinaba Anita Lane, aunque no sabía prácticamente nada de ella. Bueno, esa frase no está del todo bien formulada: supongo que la falta de información tan propia de aquellos tiempos era un ingrediente importante de mi fascinación, porque reforzaba el halo enigmático que siempre la envolvió. La huidiza Anita, que ha muerto esta semana con 61 años, era uno de esos maravillosos personajes secundarios que habitaban el universo de Nick Cave, aquella hermandad germano-australiana bien poblada de figuras sugerentes: ahí estaban también otros seres humanos tan atípicos como Rowland S. Howard o Tracy Pew (aquí se ve a los dos), que tanto espoleaban la imaginación de un adolescente español de provincias. Y los Einstürzende Neubauten en pleno, y Crime & The City Solution… Todos ellos componían una fauna pintoresca hasta lo marciano que combinaba el exceso vital y las tinieblas del espíritu, en una especie de decadente romanticismo post-punk.
Siempre sospeché que Anita tuvo mucha más importancia en la creación de aquella estética de lo que su exigua producción discográfica permitía suponer, y Nick Cave lo confirma en el sentido texto que ha dedicado a la vocalista australiana (y expareja suya) a modo de obituario: «Crees que ya conoces la pena, que dominas sus mecánicas, que te has convertido en un experto en penas (más fuerte, más sabio, más resiliente), crees que no hay nada más que pueda herirte en este mundo, y entonces se muere Anita», ha escrito. Y también: «Todo el mundo quería trabajar con ella, pero era como intentar atrapar un rayo en una botella. Mick Harvey se las arregló para acorralarla en un estudio de grabación, pero estas preciosas ofrendas son solo una fracción de lo que era ella. Ella era la más inteligente y la que más talento tenía de todos nosotros, con mucha diferencia (…). Ella creía que las mejores ideas eran las que no llegaban a ver la luz. Fue el cerebro detrás de The Birthday Party, escribió un puñado de sus canciones, escribió From Her to Eternity, The World’s a Girl, Sugar in a Hurricane y mi canción favorita de los Bad Seeds, Stranger Than Kindness, pero era mucho más que eso. ¿Cómo podía algo tan luminoso llevar dentro tanta oscuridad? (…) Quererla era a la vez fácil y aterrador». En Mute, el sello que sirvió de hogar a toda esta gente tan ferozmente personal (y, supongo, tan difícil de aguantar muchas veces), han dicho de ella cosas como esta: «Siempre sucedía algo mágico cuando llegaba Anita, ella cambiaba la percepción de cualquier cosa que mirases (…). Todos los artistas quieren ser impredecibles. Nosotros queremos que nuestros artistas sean impredecibles. Anita era, en esencia, salvajemente imprecedible».
Stranger Than Kindness, que Anita compuso con Blixa Bargeld, es también una de mis canciones favoritas de la discografía de Nick Cave, pero hoy toca escuchar algo interpretado por ella, a modo de despedida. Me voy a dar el capricho de elegir una de las más atípicas, pero a la vez muy significativa de las raras galaxias que abarcaba aquel universo: I’m a Believer, incluida en su álbum Dirty Pearl, está escrita a medias con Nick Cave y cuenta con las bases electrónicas del alemán Chrislo Haas, otro que tal, fundador de D.A.F. y Liaisons Dangereuses, miembro ocasional de Crime & The City Solution y, ay, también difunto.