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Jaime Cristóbal nos lleva a 1981

 

 

Una de las peores cosas del periodismo es que, a veces, los entrevistados te contestan demasiado bien. Y, claro, después uno no puede hacer los honores a sus respuestas en el espacio limitado de un reportaje. Me ha pasado con una cosita que publico hoy sobre cuál es el mejor año de la historia del rock (y no, que nadie espere una respuesta de validez universal). Le envié un par de preguntas a Jaime Cristóbal, J’aime, el músico navarro que está detrás del exquisito podcast Popcasting, y después he tenido que mutilar salvajemente su cuidadísima aportación, así que voy a rescatarla aquí abajo íntegra. No solo es un honor tenerlo de invitado, sino que además coincido bastante con su opinión: yo también me quedaría con algún año entre 1977 y 1982.

—¿Cuál es, a tu juicio, el mejor año de la historia del rock? O, si lo de ‘mejor’ te suena demasiado tremendo, ¿cuál es tu favorito y por qué?
—Voy a ser (quizá) polémico y elegir 1981 como el mejor año del pop. El rock (o pop-rock, feo pero claro término) tuvo seguramente grandes años como 1969 o 1971, pero la revolución que personalmente más impactante me resulta fue la de los 80 y la llegada, cual invasión de naves espaciales, de los sintetizadores a la música popular. Y 1981 es el año en el que por diversas razones nació el synth pop (o tecnopop, como se conocía en nuestro país) y cambió el rumbo de la música popular desde entonces hasta la actualidad. En los 70 los sintetizadores habían sido patrimonio casi exclusivo del prog-rock debido a su exorbitado precio, pero a finales de la década, coincidiendo con el movimiento post-punk, una nueva generación de artistas muy jóvenes empezaron a explorar la posibilidad de montar bandas con esos instrumentos. La aparición de modelos más baratos (como el Korg 500MP) impulsó a hacer un nuevo tipo de música a un grupo de pioneros muy fans de Kraftwerk, las excursiones electrónicas de Eno y Bowie y esa ventana al futuro que era I Feel Love de Donna Summer y Giorgio Moroder. Al principio estos grupos (OMD, The Human League) se dedicaron a hacer música experimental, pero en 1981 todos ellos y toda una legión de nuevas propuestas convergieron en una auténtica supernova de nuevo pop que deslumbraba: 1981 fue el año de Tainted Love de Soft Cell (y de su estupendo debut Non-Stop Erotic Cabaret), de Don’t You Want Me Baby de The Human League (y la totalidad de Dare), del Architecture & Morality de OMD y sus hits Joan of Arc y Souvenir, del fascinante primer disco de Spandau Ballet o del increíblemente influyente Speak and Spell (el debut de Depeche Mode, con hits como Just Can’t Get Enough). Sin mencionar infinidad de canciones sueltas salidas en 1981 o de impresionantes álbumes también pioneros de fuera del Reino Unido (como Telex en Bélgica, D.A.F. en Alemania, Glamour en España).

En todos ellos latía la excitación de un sonido radicalmente nuevo: sus burbujeantes sonidos artificiales apuntaban un emocionante nuevo futuro más allá de las fatigantes guitarras eléctricas, y las robóticas percusiones metronómicas abrían una senda de regreso a la pista de baile después de la caída en desgracia de la música disco. Todo ello combinado con una inspiración para las melodías pop que en un sólo año concentró un número de tesoros fuera de lo normal, más la guinda de una imagen radicalmente distinta y nueva que pronto sería fagocitada: el impacto fue tal que las radiofórmulas y las discotecas se empezaron a llenar de esta música, y los sellos empezaron a fichar artistas de esta onda o a impulsar a sus artistas en cartera a cambiar de sonido. Para 1984 el tecnopop había perdido la frescura por su comercialización, pero su impacto se sintió en lo que serían algunos de los estandartes del resto de la década (Pet Shop Boys, Madonna), influyó a estilos como el italo disco o la música house y sentó las bases para que los sintetizadores fueran un elemento normalizado del pop a partir de entonces y hasta el momento actual. Escuchar esos discos hoy en día certifica que no han perdido un ápice de frescura y su espíritu de exploración de un nuevo lenguaje para el pop se percibe gloriosamente intacto.

 

 

—Este tipo de reflexiones retrospectivas suele llevar a cierto desprecio por el presente, y me gustaría contrarrestar esa impresión: ¿crees que la cosecha discográfica de estos últimos años mantiene el nivel con respecto a tiempos pasados? ¿Nos recomendarías un disco de los últimos cinco años que te parezca esencial?
—En la actualidad sigue haciéndose una música increíble, de gran calidad y emocionante. No hay más que ver las listas de lo mejor del año para regocijarse con discos de viejos artistas que están en una forma admirable y de nuevas propuestas que apuntan a nuevos parajes sonoros, propuestas interesantes que intentan llevar el pop un paso más adelante, algunas quizá no tan conocidas. Entre ellas me fascina especialmente este disco de Julia Holter titulado Have You In My Wilderness, de 2015, porque parte de un enfoque vanguardista, pero en sus exploraciones electrónicas hay un componente muy atractivo de pop clásico, de melodías que podrían venir de los años 60, y no resulta un pastiche, porque el estilo de producción es radicalmente actual. Lo electrónico se entremezcla con instrumentos orquestales clásicos, las panorámicas sónicas celestiales a lo Julee Cruise se matizan con sonidos extraños, y las bases alternan tempos clásicos con polirritmia y experimentos percusivos. Pero lo que hace al disco esencial es que además las composiciones son perfectas, preciosas. Es entonces, como con el tecnopop en 1981, cuando nace algo verdaderamente extraordinario.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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