Aquí todo el mundo quiere ver a Springsteen el 26 de noviembre en el BEC. ¿No está ocurriendo lo mismo, lector, en su lugar de trabajo? De pronto, personas que no han ido a un concierto en doce o quince años sienten la urgencia de ver a Springsteen, porque es muy bueno, e incluso citan con autoridad a Clarence Clemons y Little Steven. Y lo peor es que tienen razón, claro: no me cabe ninguna duda de que la E Street Band es una máquina de hacer rock, ni tampoco de que estos aficionados repentinos saben mucho más que yo sobre la carrera del Boss y sus asalariados. Pero, si les gusta tanto, ¿por qué no les interesan otros artistas? Si disfrutan tanto de esa experiencia rockera, ¿por qué no intentan diversificar esa fuente de placer con otros conciertos, como por ejemplo el Azkena vitoriano? ¿Por qué existen estos monoteístas de la música?