No sigo atentamente a The Waterboys, pero tengo la impresión de que su carrera se ha mantenido sólida y consistente desde los 80 hasta ahora. Lo creo porque, cada vez que algo me empuja a hacer una cata en su producción más reciente, me topo con canciones que merecen mucho la pena, una circunstancia que no se da en tantos grupos de su veteranía. Hablamos, por supuesto, del grupo que inició su andadura con un rock ambicioso y tirando a grandilocuente (ahí está The Whole Of The Moon, una de las mejores canciones de los 80) y después se reconvirtió, como si fuera lo más normal del mundo, a la honestidad sin pretensiones del folk celta (y ahí está Fisherman’s Blues como hito popular y perdurable de aquella etapa). A partir de ahí, el líder absoluto Mike Scott ha seguido haciendo lo que le ha venido en gana, pero siempre con suficiencia de maestro: a mí me gustó un montón, por ejemplo, el álbum que dedicaron en 2011 a los poemas de W. B. Yeats. «Los Waterboys no pertenecemos a ningún movimiento, género, escuela ni moda -ha escrito Scott-. Tocamos la música de los Waterboys. Seguimos el rastro y los giros de la propia música, allá donde nos lleve, adonde sea que se despliegue la aventura».
Y así llegamos a Where The Action Is, su decimotercer álbum de estudio, y a la canción homónima que lo abre, basada en un vetusto tema soul de Robert Parker: no tengo muy claro si encaja en la categoría de versión, porque más bien es una recreación que aprovecha unos elementos del original y desecha otros. Ya sé que se trata de rock de viejos, hecho por viejos para viejos, pero suena con una vitalidad arrolladora.