A veces la conexión con los discos es una cosa misteriosa. Hasta ahora, lo que había escuchado de La Estrella de David me dejaba un poco frío, pero su nuevo álbum me ha inspirado una fascinación inmediata. Y, como sucede tantas veces en nuestras mentes chapuceras y contradictorias, creo que lo que me atrae ahora es lo mismo que me incomodaba antes: el proyecto de David Rodríguez (ya saben, el lugarteniente de La Bien Querida y veterano del indie esquinado con Beef y Bach Is Dead) está marcado de manera inevitable por su personalidad, que hace que sus canciones nunca se ajusten del todo a lo convencional, ni siquiera a la convención de lo distinto. Rodríguez es un tipo sarcástico, propenso a la autoironía y la autodesmitificación y bien cargado de ácido sentido del humor. A mí me encanta leerle en entrevistas (ya enlacé una, y ahora enlazo otra igual de espléndida) y me pareció el mejor con diferencia de Pequeño circo, la historia oral del indie que publicó Nando Cruz, pero no lograba sintonizar con los giros inesperados de su lírica.
Hasta ahora, ya digo. En el disco nuevo, Consagración, me encantan su ternura costumbrista y sus versos deslumbrantes («qué bien lo pasé contigo, menos mal que lo grabé» o «la canción de esos veranos siempre suena con tu voz») pero también los giros más chocantes o directamente chorras (el impagable «dame aceite, mamita» o la mención al Museo del Jamón), con esa sensación de adolescencia a la vez perpetua e irrecuperable que transmiten sus historias. Musicalmente, Rodríguez es un maestro del pop electrónico en la línea de New Order, pero no se conforma con esa receta y se va por las sendas que le apetecen. Eso sí, tengo que admitir que me entusiasman los ecos de algunos de mis grupos favoritos: no puedo escuchar el arranque de La primera piedra sin acordarme del Siamese Twins de los Cure o el Atmosphere de Joy Division, y el tema Consagración me parece una cancionaza afterpunk ideal para carreteras nocturnas. Aun así, me he quedado para la sección con la primera y la más minimalista del lote, Me ha parecido que estuvo en mi cabeza, una maravilla naíf de melodía obsesiva que hermana de alguna manera el fraseo de Albert Pla («era un rayito de esperanza, era una luz, era una idea») con los teclados de los primerísimos New Order. Además, en ella se reparte las tareas vocales con Ana Bienquerida, que siempre ilumina las canciones tristonas.
Ah, como pueden comprobar en el reproductor, la portada del disco es una versión dibujada de la foto de arriba. O al revés, quién sabe.