Foto: Jennifer Rakow-Stepper
A veces, uno se documenta sobre algún concierto histórico y desea haber estado allí, para momentos después darse cuenta de que la experiencia también pudo ser una tortura. Me ocurrió ayer al leer sobre Desolation Center, una serie de conciertos alucinantes y alucinados que se celebraron en los 80 en el desierto de Mojave. Los organizó Stuart Swezey, un veinteañero californiano harto de problemas con la Policía en los bolos que montaba: la solución, razonó, era buscar un lugar alejado de los recintos convencionales, así que acabó promoviendo tres festis en mitad de la nada, con un público que llegaba a bordo de autobuses escolares alquilados. Por supuesto, no había váteres ni ninguna otra infraestructura para la comodidad de los asistentes: ¡qué iba a haber, si no tenían ni escenario!
El primero de los conciertos desérticos, encabezado por Minutemen, seguro que estuvo muy bien. El tercero, con Sonic Youth como cabeza de cartel, tuvo que ser fantástico. Pero no puedo evitar quedarme con el segundo, el de la foto, el más marciano de todos, un festival industrial con Einstürzende Neubauten como protagonistas. Según este reportaje en Vice, los propios alemanes reclutaron a sus teloneros locales, que eran cosa fina. Por un lado, Boyd Rice, conocido por su proyecto NON, que sonorizó una performance en la que se tumbaba sobre una cama de clavos para que le colocasen sobre el pecho una gran roca, que después uno de los einstürzendes (me imagino a FM Einheit, el ferretero de la brigada berlinesa) golpeaba con un tremendo mazo. Por otro lado, llevaron a Survival Research Labs, que, a falta de sus característicos robots, llenaron de explosivos cinco neveras y las ametrallaron, para después tratar de volar media colina con dinamita. Con esos aperitivos, hasta los ritmos de factoría de Einstürzende Neubauten debieron de parecer música celestial. Mike Watt, de Minutemen, cuenta en el reportaje de Vice el efecto de combinar la música, el entorno y el LSD, una droga que después nunca volvió a consumir, ¡para qué! «El bajista tocaba un bajo con una sola cuerda, lo tiró, cogió la herramienta que usas para apisonar el suelo y lo golpeó hasta hundirlo en el lecho del lago. Me voló la puta cabeza».
Los conciertos de Desolation Center, que evidentemente influyeron en el concepto de festival de rock y en la utopía desértica del Burning Man, han sido objeto de un documental que circula ahora por festivales. Aquí debajo les va el tráiler. «En Europa no tienes el mismo acceso a armas y explosivos que tienen los americanos», comenta con cierto pesar Blixa Bargeld, cabeza visible de Einstürzende Neubauten.