En 1966, mientras trabajaba para un contratista de defensa norteamericano, el inventor Ralph H. Baer concibió un ingenio electrónico que, conectado al televisor, proporcionaba un entretenimiento adicional a la insulsa programación de la caja tonta. Había nacido la consola de videojuegos. Cuarenta años más tarde, las compañías que han dominado durante el último lustro el mercado presentan la séptima generación de estas máquinas, que tienen en los gigantescos televisores de pantalla plana el vehículo propicio para expresar la lujuria tecnológica de sus propietarios. Arduos son los razonamientos del consumidor consigo mismo para decidirse por Sony (PlayStation 3), Microsoft (Xbox 360) o Nintendo (Wii), que es la que más ha llamado la atención por su novedoso sistema de control.
El ‘wiimote’, que dejado sobre la mesa podría confundirse con un mando a distancia, puede convertirse mediante un sensor de infrarrojos situado sobre el televisor en pistola, puntero, espada, volante, bate de béisbol o palo de golf, con una versatilidad asombrosa a la hora de reconocer los movimientos naturales. Con la consola se distribuye ‘Wii Sports’, como tarjeta de presentación de las virtudes del ‘wiimote’. Cinco juegos forman este ‘pack’, pero sólo el béisbol y el tenis ponen de verdad a prueba a los jugadores ambiciosos. El boxeo, el golf y los bolos pierden interés rápidamente, lo que no impide que todos quieran probarlos: el fatal atractivo de la Wii no sabe de edades ni de sexo.