Han pasado cuatro días y ya parece que estoy hablando de historia antigua, pero yo también quiero hacer el repasillo de rigor (breve, no teman) a mi Bilbao BBK Live. El mío fue un festival un poco atípico, porque tenía que escribir crónicas de ambiente para el periódico y eso me forzaba a pasarme buena parte del día en plan itinerante, picoteando cuartos de hora de concierto. El resultado es que he acabado con más tareas pendientes que cuando empecé, porque ahora quiero ver actuaciones enteras (y, a ser posible, en sala) de los grupos que más me impresionaron en esa versión fragmentaria. Dos son de Bilbao. Por un lado están Vulk, que hacen un post-punk anguloso que parece británico y añejo. El vocalista lo tiene todo: la voz y la dicción, que a mí me hacían pensar en Peter Murphy, y también la actitud, que me remitía a Joy Division. Sería una sugestión provocada por la música, pero hasta me dio la impresión de que el tío se parecía a Ian Curtis de nariz para arriba. Vulk tienen aún caliente su álbum de debut y suenan así de bien…
Los otros bilbaínos son Empty Files, que abrieron la jornada del viernes con un conciertazo en toda regla, una amalgama de electrónica, rock industrial y post rock que consiguió que las cinco de la tarde parecieran las dos de una madrugada muy oscura. Ya me los habían recomendado por su actuación en el Villa, pero no había podido verles hasta ahora y he comprobado que mis asesores se quedaban cortos: su sonido habría encajado a la perfección en una parte más noble del cartel. Miren, acaban de editar una versión de Warm Leatherette, el pionero himno industrioso de The Normal.
Y los terceros son Cabbage, de Manchester. Los había escuchado muy poquito en disco, dentro de esa cata de emergencia que uno se organiza justo antes de los festivales, pero las grabaciones se quedan muy lejos de su sonido en directo, un post punk gamberro con una liberadora tendencia a lo caótico y lo discordante. No sé a quién se le ocurrió que su concierto coincidiese con el de Vulk, cuando se trataba de dos grupos evidentemente afines dentro de su obvia diferencia: en fin, al menos mi nomadismo festivalero me sirvió para disfrutar un rato de cada uno.
De lo que pude ver completo, destacaría tres conciertos. Los Bengala se impusieron a las circunstancias (y a las alubias del Arandia de Julen, todavía en el gaznate) y se las arreglaron para montar, en un escenario grande y a primera hora de la tarde, un fiestón similar al que disfrutamos en su momento en La Nube de Santutxu. Tiene mucho mérito adaptarse a entornos tan distintos siendo solamente dos. Depeche Mode volvieron a demostrar que lo suyo es infalible, poderoso, una alianza inapelable entre sus canciones como soles y la maestría escénica de Dave Gahan, aunque a mí me emocionó más el repertorio de su anterior visita, o eso creo recordar. Como viejuno que soy, seguidor de los Depeche Mode de los 80, la primera media hora se me hizo un poco vacía de ganchos. Y, finalmente, estuvieron Blonde Redhead, un veterano trío estadounidense que siempre fue atípico: para empezar, por esa formación tan vistosa compuesta por una japonesa y dos gemelos italianos. En la carpa, con esa clase tan suya, sacaron todo el partido a un estilo muy personal que enlaza el rock alternativo más vanguardista con el krautrock de Can, un ejercicio que contrasta con la vacuidad facilona de algunos protagonistas del escenario grande. También disfruté de Rufus T. Firefly (otros pendientes para sala), de cinco minutos atronadores de Animic y, sí, de Die Antwoord, aunque soy de los que se esperaban todavía más locura.
Termino el repasillo (que, caramba, al final no ha sido tan breve) con unas consideraciones extramusicales. La organización me pareció impecable, aunque desapruebo lo de los dos euros y medio por unos vasos retornables que al final nadie sabe dónde retornar. El gentío, que habitualmente me abruma, me pareció menos molesto que otras veces, quizá porque mi experiencia festivalera fue fundamentalmente de tarde, cuando toca a más espacio per cápita y hay menos espectadores sin interés por la música. De hecho, en mi encomienda de charlar con asistentes me topé con un montón de personas encantadoras, como los vitorianos coloristas de la foto de arriba (retratados en el camping por el compañero Ignacio Pérez), los tres fans de Dellafuente de Torrevieja («llevas una camiseta de puta madre», me dijeron, y era de los Buzzcocks), el inglés Barry (70 años y de festi: resultó que también habíamos coincidido en el mismo concierto de Kraftwerk) o la también vitoriana María, seguidora entusiasmada de The Killers.
Y, aunque no tenga nada que ver, durante una de las bajadas por las escaleras de Altamira tuve una de esas epifanías que se experimentan a veces al escuchar música con auriculares, especialmente de noche, cuando alguna de las canciones de la reproducción aleatoria parece encajar mágicamente con el entorno. Fue con esta composición de Moondog, que me sirve además para recordarles que hay muchísima música maravillosa más allá de los grandes eventos.