Mark E. Smith, el señor de la camisa blanca en la foto, ha cumplido los 60 este fin de semana, y la red se ha llenado de playlists para celebrarlo. A lo mejor les parece exagerado lo que digo, porque seguramente me he pasado un pelo, pero es cierto que los fans de su grupo, The Fall, son gentes particularmente obsesivas y autorreferenciales, provistas de un poderoso sentimiento de comunidad que se alimenta del hecho de ser incomprendidos por el resto del mundo, así que estos días andan confeccionando listas y más listas para festejar, con la excusa del cumple, la mera existencia y pertinacia de la banda. Miren, esta de The Quietus ha quedado especialmente detallada y reflexiva. El caso es que yo también soy un poco fan de The Fall: no puedo proclamarme fan del todo porque eso requeriría trabajar a tiempo completo, ya que la discografía de estos tipos es inabarcable y confusa, y también por el pequeño detalle de que no suelo entender ni papa de las proclamas que vocifera el amigo Smith, que canta en inglés norteño pero para mí lo mismo podría estar empleando un dialecto del lituano.
Los seguidores de The Fall tendemos a ponernos un poco pesados con el proselitismo, aun conociendo las escasas posibilidades de éxito: los rasgos estilísticos que definen al grupo desde finales de los 70 suelen resultar especialmente antipáticos para el oyente desprevenido. The Fall, sí, suenan cerriles, hoscos, obtusos, amusicales, monótonos y abruptos, pero esos rasgos se vuelven increíblemente adictivos cuando el cerebro decide sintonizar con lo suyo. Así que no se van a librar de mis cuatro canciones favoritas de The Fall, que resultan más asequibles que las de otros porque, digan lo que digan los fallólogos de tendencia dura, yo prefiero su etapa más comercial, cuando formaba parte del grupo la entonces esposa de Mark, Brix Smith. Por eso vamos a arrancar con un tema de su séptimo álbum de estudio, de 1984, que también fue el primero que yo me compré: The Wonderful And Frightening World Of The Fall se abre con este impetuoso Lay Of The Land y su cabalgada de bajo y batería
El siguiente disco de The Fall, This Nation’s Saving Grace, es mi favorito de toda su carrera. Leo en la Wikipedia que, según el Guardian, aquí el grupo estaba “operando en los límites del mainstream”, aunque me temo que escuchado desde el presente suena irremediablemente marciano. Podría haber elegido sin problema cinco temas de este álbum para mi selección, e incluso ahora sigo con dudas: en realidad, la canción de The Fall que más a menudo me viene a la cabeza es Paintwork, una extraña miniatura con interferencias, pero al final he optado por la monumental I Am Damo Suzuki, el tributo de Mark E. Smith a uno de sus grupos favoritos, Can. La propia composición aplica las enseñanzas de los visionarios alemanes (y de su vocalista japonés, claro, que por algo sale mencionado en el título).
Ahora vamos a saltar hasta 1991, una fase de The Fall que muchos críticos suelen despreciar, porque suena más tecnificada y comercial, siempre que entendamos este último término de manera absolutamente extraviada. Yo tengo debilidad por Shift-Work, un disco que se suele poner a parir, relegado habitualmente a la cola de sus ránkings: quería colgar el tema que lo abre, So What About It?, pero la única versión que encuentro parece grabada en una fosa abisal, así que vamos con el corte siguiente, Idiot Joy Showland, que siempre he entendido (erróneamente, quizá) como una mofa de la escena musical. “Hey, vamos, cantantito, / enséñanos tu casa / y enséñanos la polla”, dice en una estrofa.
Y, como prueba de la envidiable salud artística de la banda, vamos a concluir con una muestra de su trigésimo álbum de estudio, el último larga duración hasta el momento, que los muestra encerrados en el mismo mundo extravagante e inagotable que crearon hace más de cuarenta años: The Fall son un grupo autosuficiente capaz de mantener hasta los diez minutos una canción como Auto Chip 2014-2016 y dejarte con ganas de que durase diez minutos más. Felicidades por eso, Mark, y también por los 60.