Shirley Collins lleva treinta y ocho años sin sacar un disco, pero da la impresión de que ese silencio artístico, forzado por una disfonía que en ocasiones le impedía incluso hablar, no ha hecho más que acrecentar su leyenda. Es un tópico aburrido escribir que Shirley es la gran dama del folk inglés, así que mejor usaremos la fórmula de su discípulo y colaborador David Tibet: «Es la reina secreta y verdadera de Inglaterra». El caso es que, como ya adelantamos por aquí, a sus 81 años se ha lanzado inesperadamente a grabar un álbum del que ha adelantado un par de canciones, y su nueva versión de Death And The Lady, una balada tradicional que ya registró en un disco de 1970, me tiene fascinado y atrapado en un bucle obsesivo.
Death And The Lady relata el encuentro de una mujer con un anciano calvo, de barba gris y ropas arcillosas. «Me llamo Muerte», dice el viejo, que ha venido a llevársela con él. La mujer intenta convencerle de que le permita vivir unos cuantos años más, le ofrece a cambio joyas y otras riquezas, pero la Muerte no se presta al banal regateo. La canción es preciosa en sí, pero gana en gravedad y trascendencia cuando la interpreta una mujer de la edad de Shirley Collins, con esos espectaculares arreglos de guitarra que de pronto parecen campanas tocando a muerto y, muy especialmente, con ese vídeo firmado por Nick Abrahams, una reflexión visual sobre lo transitorio de esta vida. Las imágenes, abundantes en simbología de inspiración pagana, son tan sugerentes que mi hija de cinco años acabó preguntándome de qué iba la canción. Le dije, claro, que del paso del tiempo, sin spoilers sobre el final inevitable de esta historia.