La inmortalidad de Lemmy se había convertido en una broma recurrente: ya sabemos que a todos nos llegará la hora, pero, puestos a buscar un candidato convincente para sobrevivir a los estragos del tiempo y al tajo despiadado de la guadaña, el correoso e imperturbable líder de Motörhead parecía una elección inmejorable. Uno se imaginaba a Lemmy como único superviviente de un apocalipsis nuclear, a solas con las cucarachas, anunciándoles con orgullo aquello de “we are Motörhead and we play rock and roll”. Aunque su salud renqueante de los últimos tiempos era bien conocida, mis amigos y yo todavía estuvimos brindando por él la pasada Nochebuena, el día que cumplió los 70, asombrándonos de que los tejidos de su castigado cuerpo siguiesen vivos y comentando la paradoja de que Animal, el batería de la formación clásica del grupo, hubiese dejado este mundo antes que él. Pero, hace solo unos minutos, la página oficial de Motörhead ha confirmado la noticia que todos esperábamos mientras nos distraíamos con chistecitos y bobadas: Lemmy ha fallecido “tras una corta batalla con un cáncer extremadamente agresivo”. El comunicado incluye unas instrucciones sobre cómo afrontar el duelo al depurado estilo Kilmister: “Por favor, escuchad Motörhead a todo volumen, escuchad Hawkwind a todo volumen, poned alta la música de Lemmy. Tomaos una copa o unas cuantas. Compartid historias. Celebrad la vida que este hombre encantador y maravilloso celebró de manera tan vibrante”. Vamos a ello.