Anoche disfruté como un enajenado en el concierto de Moho en el Azkena. Este trío madrileño procede de Like Peter At Home -sí, quizá buscarse bautismos atractivos no sea lo suyo- y se dedica a tomar riffs de la escuela de Black Sabbath y convertirlos en un
monumento a la desproporción: más duros, más pesados, más insistentes, más monstruosos… Vamos, que viene a ser eso que llaman stoner y que nadie sabe exactamente qué es, pero ralentizado y con sucia sangre hardcore y metalera. Al contrario que en otros estilos, aquí la guitarra se consagra a la repetición mientras la batería despliega todas sus posibilidades, se vuelve creativa y se convierte prácticamente en un instrumento solista. Pero bueno, para qué enredarme en palabras si pueden escucharlos ustedes mismos en su rincón de MySpace, teniendo siempre en cuenta que, comparadas con su directo bestial, sus grabaciones casi vienen a ser como leer el pentagrama.
Y ahora les hago la reflexioncita, ¿vale? Así, a ojo, estuvimos viendo a Moho unas cincuenta personas, pero deberían haber acudido muchísimas más, porque el grupo borda lo que hace y habría gustado a los seguidores de todos los géneros que le influyen. Allí se veían camisetas de High On Fire, de Pink Floyd, de Torche, de My Cat Is An Alien -bueno, éste era el señor de sonido-, de Korn, hasta de Bruce Springsteen. Pero la mayoría de la gente es dura de mollera, de manera que situarse entre varios géneros no suma público, sino que lo resta: si uno hace polka-house, no irán a verle los aficionados a la polka y los aficionados al house, sino sólo esos pocos aficionados que escuchan tanto polka como house. Tengo la impresión de que a Moho les ocurre eso: atraen a una pequeña proporción de seguidores del hardcore, del black metal, del rock sureño, de la vanguardia, pero muchos otros se quedan en casa porque piensan que esta música es un corral ajeno. Y a esos ausentes, atrapados en sus ortodoxias, se les irán enmoheciendo poco a poco las orejas.