Esta vez, Laibach han logrado superarse a sí mismos, aunque todavía no tengo del todo claro si lo han hecho en el campo de la realidad o en el de la propaganda. La banda eslovena lleva semanas anunciando su debut en Corea del Norte, incluso han difundido los contactos de las agencias que pueden llevar a sus fans a presenciar sus conciertos en el país asiático, pero reconozco que todo este tiempo he sospechado que se trataba de una broma muy trabajada, uno de esos juegos con iconografías poco recomendables a la que son tan aficionados Laibach. Al fin y al cabo, llevan 35 años haciendo mofa de los tics del totalitarismo, con tanta dedicación que muchos creen que la burla no es tal y que sus uniformes y sus actitudes se corresponden con unas convicciones más que cuestionables. Laibach son muy dados a llevar el chiste demasiado lejos (a ver quién es el guapo que escucha por placer su álbum de versiones de himnos nacionales), pero, cuando prestan atención a la música, son capaces de hacer cosas preciosas, que van desde su magistral interpretación del The Final Countdown de Europe hasta el neoclasicismo marcial de Macbeth, el álbum suyo que más me gusta.
El caso es que la mismísima BBC publicó ayer que Laibach va a convertirse en el primer grupo extranjero que actúa en Corea del Norte, así que supongo que será verdad: darán dos conciertos, los días 19 y 20 de agosto, en el conservatorio Kim Won Gyun. A ellos se les ve en su salsa, ignorando a quienes les dicen que toquen también en los campos de concentración y aprovechando la ocasión para diseñar posters tan chulos como el de arriba o como este. En cierto modo, parece evidente que son la banda ideal para molar a Kim Jong-un y compañía, incluso para exaltarles y empujarles a la dominación mundial, siempre que no capten el tono irónico que (se supone) late detrás de versiones y vídeos como este One Vision de Queen que les cuelgo debajo. Esperemos, eso sí, que en Corea del Norte tengan más poder de convocatoria que en Bilbao, donde solo acudimos una treintena de personas a su concierto de 2005 en el Azkena, casi tan inconcebible como el de Pyongyang.