Hablar de la música en plan medicinal, como bálsamo para las preocupaciones y los agobios de esta vida tan ajetreada, es una cosa muy new age y un poquito repugnante. Pero la verdad es que me cuesta describir lo que hace Arooj Aftab sin mencionar de alguna manera su efecto terapéutico: sus canciones abren un paréntesis en el que la artista impone sus propias reglas acerca de ritmos, melodías, duraciones y sonoridades, y el oyente que se presta a ese orden de cosas acaba experimentando una benéfica sensación de hipnosis y paz. Y den gracias a que me he cortado en el último momento, porque iba a añadir que provoca también cierta elevación del espíritu. Ups.
Algunos se refieren a la música de Arooj Aftab como neosufí, ya saben, como una actualización de la rama mística del islam que tantos españoles descubrimos gracias a Franco Battiato. Arooj procede de Lahore, y en ocasiones sus rizos melódicos pueden recordar al qawwali de Nusrat Fateh Ali Khan y compañía (al menos, a nuestros oídos europeos, simplistas e ignorantes), pero lo suyo es un planteamiento mucho más intimista, contenido y jazzístico, sin esas explosiones de poderío torrencial que caracterizaban al difunto mito pakistaní. La vocalista, que estudió en Berklee y vive en Estados Unidos, acaba de editar su álbum de debut, Bird Under Water, una miniatura de cinco canciones en las que se hace acompañar por un conjunto básico de contrabajo, guitarra y percusión, con ocasionales arreglos de acordeón, sitar, trompeta y bansuri. «Espero conseguir un sonido que sea música del mundo, pero no música del mundo de Starbucks», resume la artista, con un poquito de mala leche hacia tanto exótico de pega que anda canturreando por ahí. Lo ideal es escuchar el disco entero, pero les he seleccionado Aey na balam, con su sitar, su punto aflamencado y su cambio de ritmo a mitad de vuelo.