Hubo un tiempo en el que Demis Roussos era una presencia habitual, casi obsesiva, en la televisión española, que entonces se limitaba exclusivamente a Televisión Española, así con mayúsculas. Alguna vez he comentado que experimenté por primera vez el choque generacional cuando, al mencionar un día al cantante griego, una becaria del periódico puso una cara muy rara y preguntó quién diablos era ese tipo: ese desconocimiento habría resultado inimaginable en los cuarentones como yo, que tenemos guardado a Demis Roussos en la zona especial de la memoria reservada a las impresiones de la infancia, esas que aprovechan un cerebro casi virgen para grabarse de manera imperecedera. Allí estaba Demis, orondo y jovial, con alguna de sus impagables túnicas y su voz aguda y sentimental, entonando el «triki triki» de Velvet Mornings o cualquiera de sus otros éxitos de la época.
Más tarde, el hipermediterráneo vocalista de Alejandría perdió peso y se convirtió en un anuncio viviente para la llamada dieta disociada: cómo adelgazar comiendo, era su tentador lema. Y nosotros crecimos y (al menos algunos) remontamos su biografía hasta disfrutar de sus tiempos progresivos junto a Vangelis, en los siempre reivindicables Aphrodite’s Child. Hoy, en un día tan importante para Grecia, se ha sabido que Artemios Ventouris Roussos ha fallecido este fin de semana en Atenas, a los 68 años. Y algunos lo sentimos más de lo que podría parecer proporcional, como si se nos hubiese ido una parte entrañable de la infancia.
Este We Shall Dance le sirvió para lanzarse en solitario en 1971.