Hacía tiempo que no veía llorar tanto como en ‘Supermodelo 2006’, el nuevo programa de Cuatro donde enseñan a un grupo de chicas el arte de posar, desfilar y no engordar. Si lo veías sin sonido, aquello parecía una nueva versión de ‘Mujercitas’, con un montón de muchachas no muy nutridas a las que afligían tremendas desgracias, sniffff, pero al subir el volumen uno descubría el verdadero alcance de sus cuitas: a una se le daba mal la gimnasia; otra se sentía bloqueada la primera vez que le sacaban fotos; aquélla tenía miedo de meterse a un acuario (cosa que no me extraña, en vista de los monstruosos peces que contenía el estanque) y todas, por supuesto, echaban mucho de menos a sus familias, sus mascotas, sus peluches, su vida real. No es por incordiar, pero no he visto a muchos aprendices de albañil romper a llorar la primera vez que ponen ladrillos, y eso que las broncas de un capataz de la construcción suelen ser bastante peores que las de un profe de academia televisiva.
Podríamos justificar esos ríos de lágrimas por el peculiar detalle de que algunas de las chicas son menores de edad, aunque la verdad es que también hay peones de dieciséis años. Demagogias aparte, lo que me parece a mí es que muchas de estas jovencitas no quieren ser modelos, sino que se piensan que ya son modelos, por el simple hecho de que están buenas y las miran por la calle, así que quieren vivir del palmito y ser famosas sin hacer el menor sacrificio. Es una vía rápida muy propia de estos tiempos. Algunas se autojustificaban -esa frase tan de moda de “yo ya he hecho todo lo que he podido”, cuando en realidad has intentado una cosa rápido y mal- y la presentadora Judit Mascó insistía en lo difícil que es el trabajo de modelo. Y ojo, no pongo en duda que requerirá ciertas destrezas, pero ¡qué dirán cuando hagan un reality de neurocirujanos!