Dicen los que saben de estas cosas que los blogs están pasados de moda, porque los usos de nuestra era están sujetos a una especie de mudanza acelerada, que ha relegado ya estos entrañables posts al nivel de los pergaminos y los frisos en bajorrelieve. Pero, bueno, todavía ocurre de vez en cuando que un blog llame la atención y genere cierto debate: uno de los últimos que han avivado la controversia es My Husband’s Stupid Record Collection, es decir, La estúpida colección de discos de mi marido, en el que la bibliotecaria estadounidense Sarah O’Holla afronta la dura tarea de escuchar y reseñar, uno por uno y por orden alfabético, los 1.500 discos de su esposo Alex. A mí me cautivó desde la primera vez que leí una de sus entregas: a Sarah le gusta la música, pero le ha tocado convivir con un tipo un poco latoso que mezcla en su discoteca mil estilos diferentes, incluidos algunos muy poco amables, así que sus comentarios tienen el aliciente de ver cómo alguien se enfrenta sin prejuicios ni pudores a artistas como Albert Ayler, Alternative TV, las Au Pairs, Arab On Radar o Anthrax, que son algunos de los que han salido en la letra A. Pese al título del blog, por cierto, Sarah adopta una actitud muy constructiva, irónica a veces pero siempre positiva: «No me veo intentándolo más de una vez con este tipo de música –escribe sobre Ayler–, así que no creo que lo ponga de nuevo, pero parece que era un artista de verdad que hacía la música que necesitaba hacer, y me siento feliz de que, al menos, algunas personas disfruten con ella».
Como les decía, el blog ha generado un debate intenso, porque muchos lo consideran sexista: «Perpetúa la idea, digna del Woody Allen de los 70, de que las relaciones heterosexuales se centran en la educación de las mujeres a cargo de los hombres», reprocha Flavorwire. Otros análisis admiten su efecto cómico, pero resaltan que, a la vez, ratifica estereotipos sobre la relación de las mujeres con el rock: «Esos mismos tíos obsesionados por la música que han dejado a las mujeres fuera de la subcultura, manteniéndolas en los roles periféricos de esposas y novias, comparten el enlace como confirmación de que las mujeres simplemente no lo entienden», lamenta Slate. Al final, la propia Sarah ha aprovechado las vacaciones para responder a todo este lío, y la réplica no le ha quedado nada mal: «Un montón de las críticas dicen que este blog juega con la idea de que las voces de las mujeres son marginales o menos importantes, pero, con todo lo que se ha escrito, nadie ha hecho ningún esfuerzo para ponerse en contacto conmigo y recoger mis comentarios, o hacerme alguna pregunta. Un artículo daba mal mi nombre. Esta claro que los críticos están más interesados en convertirme en un símbolo de algún estereotipo dañino que en entender qué es esto o quién soy yo. Hablar conmigo podría complicar las cosas. Podría humanizarme».
Yo, por cierto, también lo intenté alguna vez con Albert Ayler y me di por vencido…