No voy a perder mucho tiempo en comentar la decisión del Ayuntamiento de Gijón de cancelar el concierto de Albert Pla: me parece un aspaviento de mentecatos, una de esas medidas supuestamente patrióticas que hacen el país un poco peor. Y también, por supuesto, me parece un insulto a los gijoneses mucho más grave que cualquier cosa que dijese Pla, partiendo además del hecho de que en sus palabras no veo insulto por ningún lado. El caso es que, como efecto colateral de la controversia, mucha gente se está quedando con una idea reduccionista o incluso errónea de Pla, catalogado por ahí como un taradito que se ha ganado la fama diciendo burradas. Y no. Por supuesto, le gusta provocar, pero no creo que se dedique a la boutade gratuita, ni tampoco a «desvariar» como dice su representante: es el bufón ácrata que incordia a todos, pero si logra incomodarles es precisamente porque en sus palabras hay una lógica y un contacto con la realidad.
Ayer, cuando los censores insinuaban que Pla es un extremista del nacionalismo, a mí me dio por acordarme de Papa, jo vull ser torero, aquella canción de su primer álbum (de 1989 y en catalán) que contaba la vocación del hijo de un honorable catalanista, «potestad de la sardana y de las letras catalanas». El chaval, educado en la «pulcra y refinada existencia catalana», quería matar toros, qué le vamos a hacer, y de hecho «murió torero» cuando el bicho le arrancó «los cojones de una cornada». Pero hoy quiero aprovechar la canción de la semana para reivindicar otro rasgo del cantautor de Sabadell del que no se suele hablar, y es su sensibilidad y su mirada tierna y a menudo compasiva sobre el mundo. Por supuesto, estamos ante el tipo que ha hecho la mejor canción contra el racismo de este país, pero es que además su obra (al menos, la parte que yo conozco bien, que son los cuatro primeros álbumes) abunda en hallazgos poéticos y en músicas muy hermosas.
He decidido colgar L’Eva i l’Eugeni, de su segundo álbum. Es una miniatura de cámara por la que siempre he sentido debilidad, con una letra de desamor y economía que les traduzco toscamente (y, seguramente, con mil barbaridades) del catalán: «Al final Eva y Eugeni lo han dejado. / Su inversión amorosa, /sentimentalmente ruinosa. / Al final Eva y Eugeni lo han dejado. / Este amor de besos falsos, / de caricias sin fondos, / de impagos escandalosos. / Al final Eva y Eugeni lo han dejado. / Era una inversión a lo loco, / pero al amor no lo indemnizan / ni subvenciones ni subsidios. / Despedidos y sin paro. / Al final Eva y Eugeni lo han dejado. / Se han pagado con calderilla, / pero no era una apuesta a plazo fijo, / ella quería un monopolio / y él quería más accionistas / y los dos, más ganancias a corto término. / Al final Eva y Eugeni lo han dejado. / En un banco de un jardín una noche / mientras vuelan las monedas, / se escucha cómo cantan las pelas, / quiebra una empresa obsoleta. / Por fin se han regalado algo, / ni facturas ni intereses: / un morreo de despedida. / Al final Eva y Eugeni lo han dejado. / Su historia nos recuerda / que el trabajo mancha a los hombres, / que el amor es un oficio sin ganancias ni beneficios, / que el amor es más que un ocio, / que el amor es como un vicio. / ¡Un desastre de negocio! / Al final Eva y Eugeni lo han dejado».