Hay un pensamiento un poco ridículo que nos ha pasado por la cabeza a casi todos los que hemos dedicado media vida a comprar discos: alguna vez, nos hemos parado delante de las estanterías y hemos contemplado los vinilos y los cedés en términos de legado, como diciendo a nuestros hijos futuros o hipotéticos que algún día todo eso será suyo. Los long plays desgastados de los Cure, los Smiths y Joy Division (mira, éstos también los tienes en compacto, hijo), esos álbumes de Pussy Galore que busqué durante años, la colección de música industrial insoportable para el resto del mundo, el flexy de Los Bichos… En el fondo, sabemos que lo más probable es que a nuestros descendientes se la traigan floja las aficiones del viejo, pero -sin entrar en honduras sobre el deseo de permanencia más allá de la muerte- estas ensoñaciones son una manera de justificarse ante la inversión de dinero, espacio y tiempo que exige la colección.
Y ahora, de repente, nuestro legado se ha convertido en ceniza, las estanterías han pasado de altar a vertedero. Lo pensaba ayer mientras navegaba por The Hype Machine, una página que recopila los emepetreses publicados en todos esos blogs que, indiferentes a los derechos de autor, brindan la posibilidad de descargar canciones. Un marciano que hubiese bajado a la tierra el 14 de febrero, después de conectarse a la red telefónica con su intercomunicador sideral, habría podido hacerse con material de (copio sólo los que me van llamando la atención) la Jon Spencer Blues Explosion, Bob Marley, Pussy Galore (¡estuve años buscándolos, de verdad!), Magnetic Fields, Feist, Pixies, They Might Be Giants, Johnny Cash, Wilco, Captain Beefheart, ABC, Styx, Yeah Yeah Yeahs, Leo Sayer, The Flaming Lips, Joy Division (¡mis vinilos, mis cedés!), Paul Anka, M83, Notorious B.I.G., David Bowie, Todd Terry, Nirvana, Undertones, Neko Case… ¡hasta Nana Mouskouri! ¡Y cientos más, sólo en un día! Y eso, sin necesidad de meterse en ningún programa de intercambio de archivos ni de visitar blogs especializados que cuelgan álbumes enteros, como el psicodélico y progresivo Chocoreve. Uno se queda con los brazos abiertos delante de su colección y se siente un poco idiota, pero, de todas formas, ¿quién quiere tener hijos?