Yo tenía la idea de que Arima tendía hacia el shoegaze más o menos atmosférico, pero al escuchar su cuarto trabajo me he encontrado con una bestia totalmente distinta, más peligrosa y feroz que ese sonido que yo tenía catalogado en la cabeza. Y compruebo que, efectivamente, el proyecto de la bilbaína Paule Bilbao ha ido internándose progresivamente en estos territorios más oscuros, que dominan el EP en cuestión, Ez dago amor: son seis canciones que, según explica su sello (o sus sellos, porque son dos, Bonberenea y Aloud), «dejan atrás el carácter etéreo y melódico de sus anteriores discos». Sigue habiendo momentos que evocan al rock alternativo de los noventa, pero se combinan y se hibridan con pasajes ásperos, industriales, entre raptos de intensidad rabiosa y otros en los que el mundo parece ralentizarse para examinar sus propias tinieblas. El conjunto acaba transmitiendo una melancolía no muy diferente a la de algunas ramas del metal menos anquilosado.

Creo que es un disco que conviene escuchar entero, pero me he quedado como muestra con Isurkari, es decir, fluido, líquido, una exploración trilingüe con un arranque reptante, como esas serpientes de la letra, que acaba derivando en una conclusión obsesiva: «No soy un silencio, no soy una mirada, no soy un reflejo, no soy un vacío».